Con el potente chorro de agua de una pistola, me encanta acribillar el interior de los guardafangos empercudidos por tierra de caminos rurales, polvo de carreteras y hollín de ciudades. Usar el precioso líquido para hacer algo -cuando esta limpio y es abundante-, siempre lo he considerado privilegio y placer. Quizá por eso era obrero feliz y me sentía el mejor fregador de carros del mundo en el garaje del ICAIC. Me promovieron al despacho de combustibles y aceites. Después a la oficina - donde reorganicé el control del parque de vehículos y su mantenimientos del Instituto de Arte e Industria Cinematográfica-.
Lo anterior sucedía paralelamente a mi propósito de aprender los oficios relacionados con el cine. Pero -lo había intentado miles de veces-, no lograba trazar perfectamente la nariz y manos de Bugs, el famoso conejo de Walt Disney. Yo era uno de los alumnos del primer curso de dibujantes de animación -gratuito- que ofrecía el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Allí pasé noches de 6 meses -de lunes a viernes-, aprendiendo los secretos de la ilusión del movimiento y la técnica de hacer hablar a los animales. Logré la tercera mejor calificación de 70 candidatos. A ello contribuyo Noel Lima -mi mejor amigo del barrio-, que ya trabajaba haciendo cartoons en el departamento de Dibujos Animados del ICAIC.
Antes de otorgar las plazas, el ICRT completó el proceso de selección con una entrevista personal que -como supe después-, seguía la pauta del "cuéntame tu vida" de los aspirantes a entrar en las filas del PCC. Todo el interrogatorio fue bien -yo contestaba con total sinceridad-, hasta que preguntaron: "¿Religión?" Y mi respuesta fue: "No sé. Es algo de lo que me ocuparé en el futuro, ahora me interesan otras cosas." Pero el funcionario insistió: "...¿cómo que no sabes?, entonces eres agnóstico..." La palabra me gustó y confirmé que lo soy. Cuando fui a ver la lista de aprobados -eran 10 plazas de trabajo-, yo no estaba. Asocié inmediatamente mi exclusión con ser "... un compañero que duda..." -había consultado cuál era mi religión en un diccionario-. Y sin pensarlo, acudí al Departamento de Personal y pedí explicación sobre porqué no eligieron a los que obtuvieron mejores resultados. "Este es un organismo estratégico y no puedes trabajar aquí." Pedí la respuesta por escrito. "Eso no puede ser", dijo la persona que me atendía. No recuerdo nada de él, sólo que caí en crisis.
Fui a ver Benigno Iglesias -Secretario del Partido del ICAIC y director de la Empresa Distribuidora-. "Yo no puedo trabajar aquí", le dije. "¿Porqué?" Expliqué: "...este es un organismo estratégico, como la televisión, sirven para lo mismo, informar al pueblo ..." Y le pedí qué el Partido del cine averiguara con el de la televisión lo que yo le decía. "Lázarito, eso no es así como tú crees, la política allí y aquí son distintas, deja eso y sigue en tu trabajo, aquí tendrás oportunidades muchacho...tú eres revolucionario, ¿no?..." Yo no sabía si era o no revolucionario, pero acababa de entender una cosa: el Partido no era tan monolítico como anunciaban los discursos. El descubrimiento no me gustaba -no porque rechazara la "unidad" sino porque en política no me parece útil anunciar como reales cosas que no existen-, pero Benigno me parecía hombre bueno e inteligente. Y me consolé deciéndome - por el ICTR-, "Ustedes se lo pierden." Y volví al garaje.
Hasta que Riquelmes, el Director de la Empresa de Producción me preguntó un día -mientras le llenaba el tanque de gasolina de su Volga y revisaba el estado de la batería-: "¿Sabes de facturas y esas cosas?" Limpiando el cristal delantero respondí: "Por supuesto y en eso también soy el mejor." Y quedó reluciente. En menos de un mes, actualice el atraso de 2 años de contabilidad del Departamento de Sonido del ICAIC. Y como buen agnóstico, abrí las puertas de La Mecánica, La Óptica y la Física del Estado Sólido, para aprender cómo funcionaban aquellos equipos extraños y sofisticados que otorgaban "habla, música y efectos" a las películas. A estás alturas del año 1970, ya estaba claro que el país no alcanzaría -no corte ni una sola caña aquel año- los 10 millones de toneladas de azúcar con que pretendía salir del subdesarrollo. Y el 19 de mayo -cuando devolvieron a Cuba 11 pescadores secuestrados-, en el discurso para recibirlos, el Secretario General del Partido lo confirmó. Pero queda el consuelo de que, en medio de aquella utopía, nació una excelente orquesta cubana creada por Juan Formell: Los Van Van. Fue entonces cuando mi primera hija – Lida-, abandonó el coche y comenzó a caminar.
LB
Lo anterior sucedía paralelamente a mi propósito de aprender los oficios relacionados con el cine. Pero -lo había intentado miles de veces-, no lograba trazar perfectamente la nariz y manos de Bugs, el famoso conejo de Walt Disney. Yo era uno de los alumnos del primer curso de dibujantes de animación -gratuito- que ofrecía el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Allí pasé noches de 6 meses -de lunes a viernes-, aprendiendo los secretos de la ilusión del movimiento y la técnica de hacer hablar a los animales. Logré la tercera mejor calificación de 70 candidatos. A ello contribuyo Noel Lima -mi mejor amigo del barrio-, que ya trabajaba haciendo cartoons en el departamento de Dibujos Animados del ICAIC.
Antes de otorgar las plazas, el ICRT completó el proceso de selección con una entrevista personal que -como supe después-, seguía la pauta del "cuéntame tu vida" de los aspirantes a entrar en las filas del PCC. Todo el interrogatorio fue bien -yo contestaba con total sinceridad-, hasta que preguntaron: "¿Religión?" Y mi respuesta fue: "No sé. Es algo de lo que me ocuparé en el futuro, ahora me interesan otras cosas." Pero el funcionario insistió: "...¿cómo que no sabes?, entonces eres agnóstico..." La palabra me gustó y confirmé que lo soy. Cuando fui a ver la lista de aprobados -eran 10 plazas de trabajo-, yo no estaba. Asocié inmediatamente mi exclusión con ser "... un compañero que duda..." -había consultado cuál era mi religión en un diccionario-. Y sin pensarlo, acudí al Departamento de Personal y pedí explicación sobre porqué no eligieron a los que obtuvieron mejores resultados. "Este es un organismo estratégico y no puedes trabajar aquí." Pedí la respuesta por escrito. "Eso no puede ser", dijo la persona que me atendía. No recuerdo nada de él, sólo que caí en crisis.
Fui a ver Benigno Iglesias -Secretario del Partido del ICAIC y director de la Empresa Distribuidora-. "Yo no puedo trabajar aquí", le dije. "¿Porqué?" Expliqué: "...este es un organismo estratégico, como la televisión, sirven para lo mismo, informar al pueblo ..." Y le pedí qué el Partido del cine averiguara con el de la televisión lo que yo le decía. "Lázarito, eso no es así como tú crees, la política allí y aquí son distintas, deja eso y sigue en tu trabajo, aquí tendrás oportunidades muchacho...tú eres revolucionario, ¿no?..." Yo no sabía si era o no revolucionario, pero acababa de entender una cosa: el Partido no era tan monolítico como anunciaban los discursos. El descubrimiento no me gustaba -no porque rechazara la "unidad" sino porque en política no me parece útil anunciar como reales cosas que no existen-, pero Benigno me parecía hombre bueno e inteligente. Y me consolé deciéndome - por el ICTR-, "Ustedes se lo pierden." Y volví al garaje.
Hasta que Riquelmes, el Director de la Empresa de Producción me preguntó un día -mientras le llenaba el tanque de gasolina de su Volga y revisaba el estado de la batería-: "¿Sabes de facturas y esas cosas?" Limpiando el cristal delantero respondí: "Por supuesto y en eso también soy el mejor." Y quedó reluciente. En menos de un mes, actualice el atraso de 2 años de contabilidad del Departamento de Sonido del ICAIC. Y como buen agnóstico, abrí las puertas de La Mecánica, La Óptica y la Física del Estado Sólido, para aprender cómo funcionaban aquellos equipos extraños y sofisticados que otorgaban "habla, música y efectos" a las películas. A estás alturas del año 1970, ya estaba claro que el país no alcanzaría -no corte ni una sola caña aquel año- los 10 millones de toneladas de azúcar con que pretendía salir del subdesarrollo. Y el 19 de mayo -cuando devolvieron a Cuba 11 pescadores secuestrados-, en el discurso para recibirlos, el Secretario General del Partido lo confirmó. Pero queda el consuelo de que, en medio de aquella utopía, nació una excelente orquesta cubana creada por Juan Formell: Los Van Van. Fue entonces cuando mi primera hija – Lida-, abandonó el coche y comenzó a caminar.
LB
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