domingo, 11 de noviembre de 2007

Diagnóstico de un agnóstico.

Con el potente chorro de agua de una pistola, me encanta acribillar el interior de los guardafangos empercudidos por tierra de caminos rurales, polvo de carreteras y hollín de ciudades. Usar el precioso líquido para hacer algo -cuando esta limpio y es abundante-, siempre lo he considerado privilegio y placer. Quizá por eso era obrero feliz y me sentía el mejor fregador de carros del mundo en el garaje del ICAIC. Me promovieron al despacho de combustibles y aceites. Después a la oficina - donde reorganicé el control del parque de vehículos y su mantenimientos del Instituto de Arte e Industria Cinematográfica-.

Lo anterior sucedía paralelamente a mi propósito de aprender los oficios relacionados con el cine. Pero -lo había intentado miles de veces-, no lograba trazar perfectamente la nariz y manos de Bugs, el famoso conejo de Walt Disney. Yo era uno de los alumnos del primer curso de dibujantes de animación -gratuito- que ofrecía el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Allí pasé noches de 6 meses -de lunes a viernes-, aprendiendo los secretos de la ilusión del movimiento y la técnica de hacer hablar a los animales. Logré la tercera mejor calificación de 70 candidatos. A ello contribuyo Noel Lima -mi mejor amigo del barrio-, que ya trabajaba haciendo cartoons en el departamento de Dibujos Animados del ICAIC.

Antes de otorgar las plazas, el ICRT completó el proceso de selección con una entrevista personal que -como supe después-, seguía la pauta del "cuéntame tu vida" de los aspirantes a entrar en las filas del PCC. Todo el interrogatorio fue bien -yo contestaba con total sinceridad-, hasta que preguntaron: "¿Religión?" Y mi respuesta fue: "No sé. Es algo de lo que me ocuparé en el futuro, ahora me interesan otras cosas." Pero el funcionario insistió: "...¿cómo que no sabes?, entonces eres agnóstico..." La palabra me gustó y confirmé que lo soy. Cuando fui a ver la lista de aprobados -eran 10 plazas de trabajo-, yo no estaba. Asocié inmediatamente mi exclusión con ser "... un compañero que duda..." -había consultado cuál era mi religión en un diccionario-. Y sin pensarlo, acudí al Departamento de Personal y pedí explicación sobre porqué no eligieron a los que obtuvieron mejores resultados. "Este es un organismo estratégico y no puedes trabajar aquí." Pedí la respuesta por escrito. "Eso no puede ser", dijo la persona que me atendía. No recuerdo nada de él, sólo que caí en crisis.

Fui a ver Benigno Iglesias -Secretario del Partido del ICAIC y director de la Empresa Distribuidora-. "Yo no puedo trabajar aquí", le dije. "¿Porqué?" Expliqué: "...este es un organismo estratégico, como la televisión, sirven para lo mismo, informar al pueblo ..." Y le pedí qué el Partido del cine averiguara con el de la televisión lo que yo le decía. "Lázarito, eso no es así como tú crees, la política allí y aquí son distintas, deja eso y sigue en tu trabajo, aquí tendrás oportunidades muchacho...tú eres revolucionario, ¿no?..." Yo no sabía si era o no revolucionario, pero acababa de entender una cosa: el Partido no era tan monolítico como anunciaban los discursos. El descubrimiento no me gustaba -no porque rechazara la "unidad" sino porque en política no me parece útil anunciar como reales cosas que no existen-, pero Benigno me parecía hombre bueno e inteligente. Y me consolé deciéndome - por el ICTR-, "Ustedes se lo pierden." Y volví al garaje.

Hasta que Riquelmes, el Director de la Empresa de Producción me preguntó un día -mientras le llenaba el tanque de gasolina de su Volga y revisaba el estado de la batería-: "¿Sabes de facturas y esas cosas?" Limpiando el cristal delantero respondí: "Por supuesto y en eso también soy el mejor." Y quedó reluciente. En menos de un mes, actualice el atraso de 2 años de contabilidad del Departamento de Sonido del ICAIC. Y como buen agnóstico, abrí las puertas de La Mecánica, La Óptica y la Física del Estado Sólido, para aprender cómo funcionaban aquellos equipos extraños y sofisticados que otorgaban "habla, música y efectos" a las películas. A estás alturas del año 1970, ya estaba claro que el país no alcanzaría -no corte ni una sola caña aquel año- los 10 millones de toneladas de azúcar con que pretendía salir del subdesarrollo. Y el 19 de mayo -cuando devolvieron a Cuba 11 pescadores secuestrados-, en el discurso para recibirlos, el Secretario General del Partido lo confirmó. Pero queda el consuelo de que, en medio de aquella utopía, nació una excelente orquesta cubana creada por Juan Formell: Los Van Van. Fue entonces cuando mi primera hija – Lida-, abandonó el coche y comenzó a caminar.

LB

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