lunes, 10 de marzo de 2008

Tierras vírgenes y rojas.

El Noticiero ICAIC aumentó mi conocimiento del país, dirigentes y estructura de gobierno. Me hice habitual del cuerpo de seguridad que protegía al máximo líder y otros cargos del poder. Eso me gustaba. Adquirí visión objetiva de profesiones que conocía sólo por películas, siempre exageradas por las fantasías con que suelen vestirles no solo el cine de ficción sino también las “artes” de los medios en general. La "seguridad cubana" me pareció amable y educada, aunque desconfiada y exigente como era natural a la responsabilidad que se le exige. Verme "aceptado y limpio" para participar como "prensa" en actos y ceremonias, hizo sentirme "importante y especial", con el mismo nivel de los que solían participar en "eventos tan importantes" desde posiciones preferentes. Compartir "revisión de la técnica" con periodistas -nacionales y/o extranjeros-, magos de la imagen como Korda, Liborio, Corrales, Salas, y/o cronistas como Marta Rojas, Susana Lee, Arnaldo Coro, o jóvenes talentos como Soledad Cruz, Rolando Pérez Betancourt, etc., me fue entrenando en la jerga sutil del "slang ideológico de los canales informativos cubanos". A partir de esta época, comencé a entender mejor la compleja relación de que los mass medias "dicen que sucede " y "cómo sucede realmente". Entre "Hechos y Reflejos"", entre "Información y Conocimiento", entre "Revolución y Lenguaje".


Pronto cumpliría 35 años, edad límite para militar en la Unión de Jóvenes Comunistas. El paso siguiente era decidir si deseaba ser procesado para ingresar a las filas del Partido o no. Respondí sí. Y como establecía el procedimiento, Se designó un dúo de militantes del PCC para confirmar o no mis méritos y cualidades para adquirir tal condición. La pareja que se encargo de mi expediente fueron Julio Simoneau y María Elena Molinet -fotógrafo y diseñadora de vestuario respectivamente-. Ambos -en lo personal-, tenían prestigio de personas equilibradas y justas en sus opiniones. Me sentí cómodo con ellos cuando me entrevistaron para rellenar el famoso "cuéntame tu vida" -extenso cuestionario que escrutaba hasta el último rincón de la vida social, política, y personal del aspirante-. Respondí a todo con lujo de detalles y hasta el límites de transparencia que la memoria permite recordar. Todo lo que podía haber de verdad o falsedad en mis respuestas, fue investigado y comprobado. Hecho esto, sostuvimos una segunda entrevista para despejar dudas sobre mi consciencia revolucionaria pues había un suceso de mi vida que les planteaba dudas: "¿porqué bautizaste en la iglesia católica a tu hija en 1969? Expliqué -como la primera vez-, la lógica diáfana y concreta -creía yo- del porqué: Vivía entonces en un cuarto de 4 x 5 metros -yo, mi esposa, mi hija y mi madre, la propietaria-. Suegra y nuera, diariamente, discutían por el bautizo de la niña. Mi madre con argumentos de su fe católica y mi compañera con los de su fe atea. En mi opinión, era discusión "filosófica estúpida, pero constantes", que hacía insoportable la convivencia, agravada -sobre todo- por falta de condiciones mínimas de espacio, agua, vecinos intolerantes con pañales y sábanas aireados en un patio que no alcanzaba para todos, falta de alimentos adecuados para la criatura, cocina de luz brillante -combustible que comenzaba a escasear-, sin baño propio, etc. etc... ¿A cuál conclusión llegamos la madre y yo?. Pues sencillamente que podíamos restar al menos una de las causas de la guerra interna en casa, accediendo a ir un sábado en la tarde a la iglesia para que el cura vertiera un chorrito de agua sobre la cabeza de nuestra hija y moviera su dedo índice en el aire formando la cruz imaginaria que él creía documento de identidad para entrar en el Reino del Señor. Y lo hicimos, aceptando que ello engordaba las estadísticas de reclutados por la Santa Sede del Partido Vaticano, pero convencidos de que "la ostia" poco -o nada- influiría en la "ideología" futura de mi descendiente porque su educación espiritual y en otros muchísimos planos de la vida, estaría aún buen tiempo en nuestras manos de progenitores responsables. Y esto era lo único concreto y real. Así acabé con las discusiones inútiles. Y en algo -mínimo-, mejoró nuestra convivencia. La historia futura confirmó mi hipótesis: resultados y conducta de Lida en sus estudios, preparación para la vida y desarrollo de persona con capacidad para discernir con criterio propio, justo, útil y bueno, me han dado la razón.

"¿Y con la consciencia revolucionaria que tienes hoy, qué harías ante la misma situación", preguntó Molinet. Y respondí: "En condiciones semejantes, con problemas iguales -el agua aún no se ha resuelto-, haría lo mismo." Y Simoneau agregó: "Pero tú dices que ahora eres ateo". "Si, hasta que se demuestre lo contrario, pero la relación entre creencias religiosas y realidad material es muy complicada, sobre todo cuando pasa por relaciones interpersonales, vida material y exigencias del poder."

En la reunión final, el dúo ofreció sus conclusiones del proceso ante los miembros del núcleo. Tuve que aguantar la risa para no faltar el respeto a la solemnidad del acto. María Elena leyó una extensa e interminable lista de cualidades y méritos que yo había acumulado a lo largo de mi vida, alabó la eficiencia de mi trabajo, mi alto grado de responsabilidad en todas las tareas y terminó diciendo: " ...a pesar de todo esto, consideramos que Lázaro Buría Pérez no está apto para ingresar en las filas de nuestra organización..." La razón -no mencionada-, era evidente para mi: la terquedad en no aceptar que mi consciencia comunista debía estar por encima de las condiciones de la vida material y no reconocer el bautizo como error aún el presente. Pero hubo aplausos pues dejaban una puerta abierta para mi futura incorporación cuando superara mis debilidades. Me sentí como Charly Chaplin, pero sin sus cuentas bancarias y -justo es decirlo-, sin su talento.

Por aquellos días, vino al noticiero Jesús Díaz -era ya Secretario General del Núcleo del Partido, si mal no recuerdo-. Traía un paquete en la mano y dijo: "Esto es para ti." Lo abrí y encontré un pantalón levy strauss original -máxima elegancia del intelectual progre de entonces-. Salté de alegría. Me conmovió que se hubiera acordado de mi en su reciente viaje a Nicaragua donde filmó En tierras de Sandino, documental de LM de tres historias. Una de ellas, sobre una maestra cubana del contingente de educadores que ayudaría a la Revolución nicaragüense. Jesús no tuvo tiempo de elegirla antes de partir y me encargó buscar una y filmarla en Cuba antes de que ella viajara. Él la recibiría al pie del avión en el aeropuerto de Managua, identificándola con datos que yo le daría sobre quién era entre todas. Escogí al personaje que me pareció más idóneo para lo que él pretendía hacer y registré su imagen con un segundo equipo de filmación que estaba en Cuba. Pero no hubo manera de hacerle llegar la información de quién era "mi protagonista" pues las comunicaciónes no funcionaron, ni por teléfono, ni fax. Y el contingente partió. Milagrosamente -cuenta Jesús después-, que estando en el aeropuerto nicaragüense, le angustiaba ignorar a quién filmar de los que descendían por la escalerilla del avión. Sintió que había fallado su idea de montaje con el personaje "allá y aquí" y dejó decidir a su instinto. Cuando vio a una muchacha de "pelo largo y sonrisa radiante", dijo al camarógrafo, "filma y sigue a esa". Volví del baño del noticiero -me probé el pantalón de inmediato para ver como me quedaba-, y dijo: "...te la comiste, Buria -solía decir mi apellido sin el acento llano de la í-, en cuanto la vi, dije, ¡tiene que ser esa! ..." Y era, habíamos coincidido en eso que llaman "afinidades electivas" -al menos en esta ocasión-.


Moa Bay Mining Corporation


Jesús vino a verme también por otra razón. La más importante y delicada -para él-. Me pidió que le ayudara en la organización y rodaje de su primer largo metraje de ficción. Polvo Rojo. Sabía que lo que pedía significaba -en algún sentido- un paso atrás en mi carrera. Yo era ya director de documentales establecido y evaluado. Y mis época de "asistente" pertenecía al pasado. Pero acepté, por varias razones: una, le consideraba autor -escritor y cineasta- del que podría aprender; dos, era de mi barrio -La Víbora-, aunque de la zona de clase media -Santos Suárez- y no del Luyanó -proletariado- como yo; y tres, me entusiasmó participar en un filme que recrearía como ocurrió el cambio de la antigua república a la revolución en las tierras vírgenes de La Isla (así se consideraba la zona norte oriental donde se desarrollaba el proyecto de inversión más grande de aquel tiempo gracias al CAME -Consejo de Ayuda Mutua Económica-:1,000 millones de dólares para modernizar el proceso de extracción y procesamiento del níquel cubano). Jesús era partidario apasionado del debate y la confrontación de ideas. Su pedigrí político-literario acumulaba hechos que aún son leyenda en las controversias entre la Revolución Cubana e intelectuales incómodos (como el affaire de la revista Pensamiento Crítico, la polémica sobre la evolución del Caimán Barbudo -de la que fue uno de los fundadores- y otras escaramuzas de la "inteligencia vs el poder"). Y su libro de cuentos Los años duros -Premio Casa de las Américas 1966-, lo había definido como uno de los talentos literarios más prometedores de La Revolución.

Fotos de la primera visita para organizar la prefilmación

El primer benefició que obtuve de trabajar en el filme, fue participar -con voz y voto-, en el análisis dramatúrgico a que Jesús sometió el guión apoyado por María Elena Ortega, joven y exigente analista teatral, con la que ambos aprendimos a percibir el potencialidad de significaciones que tienen todas y casa una de las palabras que se intercambian en los diálogos de una obra. Cada sustantivo, cada verbo, cada adjetivo, cada preposición y/o complemento directo o indirecto -, es parte del “cuerpo de emociones y sentimientos" que anidan, compulsan y explican la confrontación de los conflictos en que están implicados los personajes. Con este examen "técnico", el guión adquirió tal consistencia y solidez de la que -en mi opinión-, carecían la mayoría de guiones de películas cubanas realizadas hasta entonces -¡salvo excepciones, como Memorias del Subdesarrollo -de Titón-, o Lucía -de Solas-. La sinopsis de Polvo Rojo -tal y como se resume el tema de una película para ser entendido rápidamente es: “Cuando la Revolución nacionaliza la planta procesadora de níquel de Moa, técnicos -extranjeros y del país- que trabajaban para los americanos abandonan el país. Pero un ingeniero cubano logra ponerla en marcha de nuevo.” La anécdota estaba inspirada en un hecho real, cuyo protagonista aún vivo entonces, se lo conocía como “Presillas”. Realizar filme de ficción en lugar tan distante de los centros de civilización del país, hacía difícil encontrar en esas "tierras vírgenes" colaboradores y extras que estuvieran en condiciones de ayudarnos realmente -¡disposición tenía!-. La suerte nos acompaño. Allí encontramos a José Oriol, joven estudiante del Instituto Superior de Arte de La Habana, purgando "ciertas faltas y/o errores" cometidos en incidentes "ideo-sexológicos" que nunca supe cuáles eran con claridad, dada su discreción a comentar sobre ellos. Oriol eligió aquel lugar -infernal para muchos-, para probar su disposición y lealtad a los principios de La Revolución. Y en aquel paraje fundó un proyecto teatral que bautizó Grupo Tierra Roja, con el que pretendía involucrar en actividades culturales a la heterogénea masa de "palestinos" -así llamaban a los que, llegados de todas partes del país buscando fortuna y buen salario en el mega proyecto minero cubano que aspiraba a cambiar la estructura económica de un país mono productor de azúcar, albergados en barracas donde subsistían como trabajadores contratados-.
Fotogramas de dos momentos del filme:
Llaurado y René de la Cruz José Antonio Rodriguez
La selección de actores me puso en contacto diario con los mejores de ellos considerados como tales en ese momento: Adolfo Llaurado, René de La Cruz, José Antonio Rodrigues, Tito Junco, Luis Alberto Ramírez -todos estrellas del cielo televisivo y cinematográfico nacional-. La elección más problemática que enfrentamos Jesús y yo -con argumentos contrapuestos-, fue decidir entre Susana Pérez y Cristina Obín -excelentes actrices ambas-. Pero el cine es cruel y sólo había espacio para una. Fue esta la primera ocasión en que descubrí el poder de convicción que podían llegar a tener mis argumentos. Pero también confirmé lo justa que era la alta estima en que yo tenía a Jesús por su capacidad de no dejar que el totalitarismo natural que acecha a quienes tienen el privilegio de estar en el poder lo sedujera. Aceptó mis razones -objetivas y útiles-, aunque no eran las mismas a las que llegó él cuando analizamos las pruebas de cámara de ambas actrices.

Polvo Rojo fue superproducción -desde el punto de vista económico y puesta en escena-. Raúl Rodríguez creó una fotografía directa, espontánea, pero muy cuidada y estudiada; Raúl García hizo milagros de grabaciones con el sonido directo y Justó Vega dotó al filme de un montaje y edición impecables, armonizados con la música de José María Vitier. Ricardo Ávila -con dos fieles productores que trabajaban 27 horas al día moviéndose en el incansable vehículo de Diosdado Navarro -el chófer-, propiciaron la logística imprescindible para organizar y controlar los días de filmación de las más desmesuradas escenas de masas -apoyadas por "palestinos" y pobladores de Moa convocados por Oriol-, y que el equipo de maquillistas de Magaly Pompa y las hacendosas vestuaristas de Violeta Cooper, transformaban en protagonistas de una historia sucedida 20 años antes.

De las escenas filmadas, la que más nos emocionó fue “la entrada de los rebeldes al pueblo -apoteosis que rememoraba “los primeros días del triunfo revolucionario”, y "el asalto de las masas a la Moa Bay Mining Corporation" -la planta de procesamiento de mineral de níquel más moderna del mundo en el momento en que fue construida, 1958, cuya tecnología era aún "más avanzada" que la que tendrían las "nuevas fábricas proyectadas por la inversión del "campo socialista"-. Con esta secuencia, Jesús quería hacer "homenaje a la famosa escena del asalto al Palacio de Invierno en la película Octubre -el clásico de Serguéi Eisenstein-, y encargó a Feliz Puente -el más viejo de los vecinos con quienes yo compartía el Albergue de 26- que diseñara una puerta con la suficiente semejanza, altura y presencia como para que los asaltantes cubanos la treparan y sustituyeran el "símbolo capitalista" que la coronaba con "la bandera Cubana" -como se ve en la foto-.


Tanto me fascino la experiencia de Polvo Rojo, el lugar y la amistad profunda y sólida que hice con José Oriol –me contaba las peripecias del mundo real que había tras el paisaje de aquellas "tierras vírgenes rojas", que me propuse hacer un documental para contar como yo veía la historia de ese "Nuevo Mundo" donde acompañé a Jesús. Me sentía como el Lázaro bíblico -único que visitó y volvió de ese lugar de donde aún nadie a regresado, al menos que yo conozca-.El 12 de junio de aquel año 1981, tras conversar con un nativo de aquellas tierras, escribí algo que puede ser poema o no -muchísimas palabras me molestaba en amontonar en aquella época, quizá con la intención de no olvidar cómo fui o como jugaba mi mente con ellas entonces. Dice así:

Yo soy Laureano Breffe;
llegué aquí por el año 30,
fui pescador, carbonero,
trabajé en el aserradero,
fui peón en la construcción,
al Triunfo miliciano
y después sereno en la planta.

Yo fui el que dijo a mi nieto
como llamaron a estas tierras
sus antiguos pobladores,
los que huyeron al monte
cuando vieron la nave española.

Así las nombraron:
LUGAR DONDE ENTIERRAN A LOS MUERTOS,
y debe ser verdad,
pues yo puedo dar fe de ello.

LB

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