"En este país hay estos animales, pero no en el zoológico sino sueltos por el campo. Cuando vi a este león me acordé de ti, vaya usted a saber porqué. Dile a Alfredo que te cuide como tú lo sabes hacer con los que te rodean. Esta postal es para Lida. Unida la postal a las otras dos, son la primera adivinanza que les propongo para que entiendan el lugar en que me encuentro."
En el avión de regreso -tras 11 meses de misión angolana-, mientras observaba la gorra blanca sobre la cabeza de otro "internacionalista" (la palabra TOTAL, en rojo, destacaba en su frente), pensé: "... si se tienen ciertas experiencias, la capacidad para sobrevivir en circunstancias difíciles crece, aún cuando se viva años de años, y se continúe viviendo, en país donde la política interior ha sido y es equivocada en muchos aspectos, aunque la exterior, basada en una solidaridad internacional casi imposible de cumplir, sea aceptada por casi todos y sostenida sobre sus espaldas. Y a pesar de que ese "internacionalismo", en si mismo, no es la razón principal afincada en la conciencia para promover su práctica en quienes, sin presión política y/o obligación militar, acuden a su llamado, ni la causa principal que les mueve a asumirla solidaridad -¡todos allí saben cuál es la primera!-, entregar una pequeña parte de la vida a ella hace sentirse noble y altruísta, con lo cual se justifican parte de las carencias económicas que padecemos y aceptamos." Cientos de miles de cubanos pasaron por Angola durante los 3 lustros que duró la Guerra Civil Internacional que ocurrió allí. Yo fui uno de ellos.
Quisiera volver a leer todos los documentos que conservo de mi estancia en ese país africano para escribir está crónica sin obviar cosas que, entonces, consideré importante y anoté con la obsesión de quien no quiere olvidar ningún detalle de lo que está viviendo y aprendiendo. Pero tal papelería (cientos de cartas a mi familia, más las que recibí de ellos y de amigos y amigas, que también contesté, más decenas de informes sobre el trabajo del equipo que dirigía, expedientes y semblanzas de alumnos, el diario personal de todo lo que hice día tras día en ese entonces y otras tontas pretenciones literarias), es volumen de información que restaría un año a mi vida, si volviera a recorrer toda su extención. Por esa razón, lo que leerán es pobre reflejo de lo que me ocurrió a mi allí. Sintetizado y, ademas, abreviado; por lo cual -podría parecer-, aunque no es mi propósito, que olvido, desecho y/o ignoro lo que otros, internacionalistas o no, podrían creer esencial.
Una cara de las hojas de 8 1/2 x 11 donde anoté, por ambas,
mi diario (2 al 8 marzo 1988)
Mi trabajo al frente del equipo de especialistas de cine fue, además de ser maestro de mi especialidad -realizador-, coordinar la colaboración con la contraparte angolana, representada por Arnaldo Santos, Director de ICA, Instituto de Cinema Angolano -al que apenas vi en un par de reuniones-, y por Salgado Costa, del L.N.C., Laboratorio Nacional de Cinema -con el que tuve que lidiar casi a diario-. Y en tercer lugar, hacer informes mensuales sobre la marcha de nuestra misión, tanto al Dpto. Técnico del ICAIC -dirigido entonces por Vicente Alba-, como a la dirección angolana. La primera dificultad que encontré para hacer efectiva nuestra labor educativa, fue las desavenencias, casi expresas, entre Santos -negro - y Costa -blanco-. O sea, desacuerdos de funcionarios, que suelen ser más irracionales en país donde, como Angola, habíanse librado del colonialismo hacía pocos años, pero donde aún estaba viva la predisposición de partes ante el conflicto -aún siendo del mismo partido-, por haberlo sufrido durante 5 siglos. El equipo bajo mi tutela lo componían Isolda -la productora, blanca-, Angelito -el camarógrafo, mulato y marido de ella- (ambos rondaban los 40 años), Tato -el sonidista, blanco-, e Iván -el Iluminador, negro-, (ambos veinteañeros). Y yo -con mis 41 de parecer blanco europeo, aunque como casi todos los cubanos, tenía un trastatarabuelo africano, lo cual supe 7 años más tarde-.
durante los primeros días de entrenamiento militar.
Por ser civil, lo primero que hice fue pasar un entrenamiento militar de 13 días, del que se decía, entre otras cosas, que había que arrastrarse por debajo de un fuego, casi rasante, ¡de ametralladora con balas de verdad! No recuerdo si fue así o no, pero lo principal es que salí vivo de allí y sabiendo armar las piezas de un AK (fusil soviético de repetición automática) en 20 segundos.
Con diploma de "preparado para la guerra" bajo el brazo, me imaginé -como todos los del equipo-, instalado en uno de los bellos y confortables apartamentos de algún edificio de Luanda abandonado por los colonialistas 12 años antes -con vista al mar, lleno de efectos electrodomésticos y con aire acondicionado-. Sabíamos que en ellos residían otros especialistas civiles y algunos militares.
Pero aquellos predios estaban llenos hasta el tope y fuimos a parar -era 5 de noviembre de 1987- a un lugar llamado 1ro. de Mayo, conjunto de construcciones pre-fabricadas -al estilo de las microbrigada cubanas- donde vivían personas de otros países (casi tan internacionalistas como nosotros, aún cuando recibían sus salarios en moneda dura y no como nosotros, que nos daban una parte en especies y Kwanzas -dinero angolano-) (1), y nativos de rango social medio. Y aunque me sentí frustrado y nuestro sueño (mi tropa puso el grito en el cielo -menos Isolda), entre otras cosas porque no había agua corriente y tendríamos que vigilar al camión cistera que la repartía un día a la semana bombeándola hasta la altura de cada piso mediante una larga manguera con que se llenaban los 2 o 3 tanques de 55 galones que había en el patiecito de cada vivienda), le vi el lado positivo al lugar: tendría contacto más directo, estrecho y diario con naturales del país y ciudadanos de otras naciones. Me tocó un 4to. piso. Por supuesto, sin ascensor. Y sin vista al mar.
Esquema de los 11 bloques de edificios de 5 plantas
que había en el predio con nombres de nuestros
vecinos cubanos y extranjeros.
Dibujo que envié a mi familia para que supieran en que parte del edificio vivía yo.
Escribiendo mis primeras cartas y el diario
en mi vivienda del 1ro. De Mayo.
Las autoridades que nos atenderían, prepararon un recibimiento de bienvenida en un expléndido restaurante cabaret en la mítica IIha de Luanda (¡me di cuenta que a pesar de estar en la guerra, aquí en la capital podía salir a divertirme de noche! -funcionaban varios lugares para ese propósito en la ciudad-. Y me asombre de verme allí, en ese brazo de arenas blancas y finas -semejante al Varadero Caribeño-, comiendo, bebiendo y disfrutando del Conjunto de Danzas Folkloricas Nacional de Angola, que nos ofrecía un espectáculo maravilloso de danzas del país, tras el cual las bailarinas nos invitaron a imitar sus movimientos de hombros, caderas, pelvis, enormes culos y piernas, que nos desordenaban los sentido a los hombres cubanos que éramos, convencidos de que la sabrosa cultura de nuestros cuerpos sería capaz de seguirlas. Nunca he hecho tanto esfuerzo físico y síquico, ni sudado tan copiosamente como el que tuve que hacer para alcanzar un comportamiento de mi ser que imitara lo que aquellas mujeres hacían con el suyo de manera natural y espontánea. Parecían cubanas, pero en la particularidad del ritmo que tenían en sus continentes carnales había "otra cosa". Tras mucho intentarlo, logré "entrar y compartir" en el mío lo que ellas hacían y ofrecían con el suyo. Y me sentí "angolano" por unos segundos. Y Ser Humano Universal. Animal feliz. Era la sensualidad más pura y natural que había conocido hasta entonces.
Al día siguiente, Angelito me sorprendió escribiendo mi diario entre las rocas de la Ilha de Luanda, mientras Isolda, siempre riendo, tomaba el sol en lo alto y unos niños miraban lo que yo hacía, sin entender muy bien porqué.
Días después, hubo un segundo "bem-vindo". Ahora en el salón de actos del Laboratorio Nacional de Cinema. Y tras el discurso de Salgado, en portugués para sus empleados, los miembros de mi equipo me pidieron decir unas palabras. Y como me creía capáz ya de manejar la lengua de nuestros anfitriones y para ser cortés con ellos, me lancé a dar las gracias en un largo y sentido parlamento en ese idioma, después del cual -y los aplausos-, alguien desde el fondo gritó: "¡Vocé falha muito bem el italiano!"
Obligado por mi profesión y funciones, conocí a realizadores del cine angolano -Ruy Duarte, Orlando Fortunato y otros-, y a escritores (alguna vez encontré a Luandino Vieira -Presidente de la Unión de Escritores, que tenía muchos amigos en Cuba-, leí cuentos de Pepetela -Artur Carlos Maurício Pestana, escritor de moda en ese momento-, y tiempo después me relacioné con la TPA -Televisión Popular de Angola-, donde impartí conferencias e "intimé" con una hermosa y enérgica medallista olímpica -de piel acaramelada y ojos verdiazules-, tan potente como las bailarinas del folklórico-, pero devenida en funcionaria estatal que se ocupaba de la programación.
La experiencia culinaria que mejor recuerdo, la tuve en casa del Segundo Jefe del Laboratorio de Cinema -angolano, negro, educado en París, casado y de sonrisa y carácter amable que le brotaba por todos sus poros-. Me invitó a comer en su hogar, modesto y amueblado sólo con lo necesario -como él-. Nos sentamos y su esposa colocó en la mesa una bandeja llena de una masa pastasa que parecía engrudo hecho con alguna vianda -explicó que era yuca molida-. Y sumó otros 2 recipientes, uno con salsa y otro con trozos de carne. En silencio, me invitaron a servirme yo primero y así lo hice. Utilicé un cucharon dispuesto a los efectos y lo hundí un par de veces en la pasta blanquecina para trasladarla a mi plato. El, ella y el hijo me miraban con curiosidad y pensando yo que esperaban por mi opinión, comencé a yantar aquella masilla elastica que invadió toda mi boca y me dejó mudo, aunque movía mis mandibulas para intentar suavizarla, tragarla y hablar, pero con poco éxito. Hasta que él preguntó por qué los cubanos comían así, sin echar salsa al funche para ablandarlo y sin agregarle la carne de cabrito que era tan rica. Entonce supe que acababa de hacer el ridículo. Y todo por no preguntar.
El impacto más deslumbrante lo tuve cuando fui el primer día a La Candonga. Para mi, como para todos los que no conocíamos ese lugar, el más famoso de todos para los cubanos, fue como descubrir "otra realidad". Acostumbrado a los ordenados y limpios mercados occidentales, y a los poco surtidos o casi vacios -como los de Cuba-, o -en mi caso-, conociendo los exuberantes y atiborrados asiáticos, chocar con aquel caos de gente y mercancías puestos aquí y allá, sin orden ni concierto, aunque buscando el mismo objetivo, vender, vender, vender, fue, humana y estéticamente, doloroso y placentero -simultaneamente-. No porque faltara la alegría -en cualquier tipo de mercado siempre la hay-, sino por lo que aquello revelaba sobre la civilización y las necesidades de aquella masa de seres humanos. En Luanda no faltaban otras zonas comerciales al estilo "moderno", pero en la novedosísima urbe -construida en su mayor parte a partir de los 60-, también se había perdido y iba perdiendo, día a día -como constaté después-, el explendor, orden y limpieza que tenían -según decían- en tiempos de la colonia. Tal fenómeno resultaba de una incontrolable inmigración masiva del campo a la ciudad -básicamente de humbundos, kinbundos, kikongos y kiokwes, la 4 etnias más numerosas del país-, no sólo por la guerra sino también por el ansia de progreso. Y esto colmaba a la ciudad de más habitantes de los que podia soportar de forma racional. Durante el tiempo que estuve en Luanda, recojí una colección de 77 latas de marcas de cerveza diferentes, en su mayoría importadas de 17 países desarrollados. Algunas de ellas fabricadas en países "enemigos" -como Suráfrica-. Corroboré que, ni siquiera la guerra puede detener el comercio. Con ellas mantuve adornado mi cuarto en el predio 1ro. de Mayo.
Clase práctica de filmación en algún lugar de la ciudad. Angelito con la cámara y yo, como buen realizador, en short y hablando de otra cosa con alguien.
Pero mejor que esos símbolos del antiquísimo libro sapiencial chino, colaboraron a que entendiera el país los alumnos que elegimos para el curso de cine a quienes impartiríamos nuestros conocimiento que, en algunos casos, no erán tan actuales como los que ellos manejaban ya antes de conocernos a nosotros pues habían frecuentado lectura de textos más actuales, que desconocíamos. Sobre todo en cuanto a la actualización de nuevas disciplinas y enfoques sobre los procesos de comunicación, como la Semiótica, el Analisis Linguístico, Nuevas Tecnologías Audiovisuales, etc. Y lo curioso de esto era que no procedían de hogares ricos -tuvimos cierto cuidado en este aspecto para ayudar a los que menos tenían, aunque el talento y la inteligencia propia de alguno que disfrutara de más no le excluyó de nuestra selección-. Escogimos un grupo de 15 -no había recursos, ni tiempo para más-, siguiendo una metodología de entrevistas, texts y pruebas que procesamos durante varias semanas y confrontamos con la parte angolana-. Y no rechazamos a ninguna de las muchachas que se presentaron -eran menos que los hombres, lógicamente-. Aunque hacer valer tal igualdad de sexos para las profesiones que enseñaríamos, nos costo algúna que otra discusión con los machistas del patio.
El exodo campo/ciudad traía día a día a cientos de jóvenes ante nuestra mirada. Un día, dos muchachas -no recuerdo exactamente si kinbumdas o umbumdas-, que visitaban a un pariente suyo que residía en nuestro predio, fueron a pedir comida a mi puerta. Y las invité a pasar. Una estaba embaraza de pocos meses. Les brindé algo de lo que nos abastecián semanalmente y conversé con ellas mediante gestos y las pocas palabras del portugués que ellas sabían y les pedí que me enseñaran algunas de su lengua. A cierta altura del diálogo, me preguntaron si quería hacer sexo con ellas dos. No me ruboricé ni me entusiasme, no por falta de deseos, ni por moral de internacionalista respetuoso -sabía que alguno que otro había hecho ya un trío y que las pelis porno se visionaban con discreción en algún lugar que nunca conocí-, sino por respeto a la ignorancia. Pero ese respeto no excluía satisfacer una curiosidad que tenía: ¿serían las africanas tan sexuales y calientes como se decía de los de "su raza"?. Y accedí a tener relación con una de ellas -la que no estaba enbarazada-. Era bajita, robusta y todo músculos y de carne oscurísma y brillante -casi azul, como comprobé mientras le ayude a bañarse con un cubo de agua y yo limpiaba su cuerpo con una esponja que sudaba burbujas blancas de jabón que se tornaban ocres al contacto con la tierra impregnada en su piel-. Cuando, sentada ya en la cama, la acaricié suavemente, sentí hincharse sus pechos y el escalofrio que le recorríó el cuerpo erectando todos sus poros y endureciendo la cúspide de sus pezones, pero su rostro estaba inalterable, sin expresión, en silencio. Y de pronto -no sé porqué-, sus movimientos, en principio mecánicos y aprendidos como una rutina biológica, fueron transformándose hasta abrirse totalmente con leves y naturales contorciones de gracilidad placentera que -creí- ella misma no comprendía bien porqué le ocurrían ya que -también lo pensé así- nunca antes, muy probablemente, había sido tratada de tal manera por un hombre. El acto fue breve y sólo un sutil quejido electrizante que salió de su boca, me sugirió que había sentido un orgasmo. Pero no puedo asegurarlo. Volvimos a la sala y su amiga me preguntó si ahora le tocaba a ella. Le dije que no. Y no precisamente por faltarme ganas y fuerza. Era porque ya sabía lo que necesita comprender. La sexualidad de esta mujer africana, y quizá la de muchas como ella, no era más ni menos que otra de las formas en que se expresa la cultura de un ser humano y el nivel que ha alcanzado en el conocimiento de si mismo como individuo y género. Y en la parte del mundo donde me encontraba -como es lógico-, no eran de uso común las formas de obtener y dar placer mediante técnicas sofisticadas de practicar el sexo, tales como las inventadas en tiempos remotos en Asía o, más recientmente, en las Américas lejanas, o el próximo Medio Oriente, ni en la Europa. No fue esta la única experiencia insólita que tuve en "asuntos de carne". Hubo otra más inconcebible aún: mujer toca a mi puerta; algo más de 50 años, bien conservada, formas atractivas; vestida con elegancia -relativa para el lugar donde estamos, o sea, limpia, calzada y cubierto todo el cuerpo; y dice -en español casi perfecto, aunque es mestiza clara-, "... buenas noches, he venido para ayudarte ... ustedes, los cubanos que viene aquí, pasan mucho tiempo lejos de sus mujeres y esposas y tienen necesidad de ... bueno ya sabes ... ¿quieres hacerlo conmigo? ... yo soy sana y limpia y puedo hacerte pasar un buen momento ... no tienes que pagar nada, yo tengo lo necesario para vivir, pero quiero que ustedes no sufran aquí, al menos por falta de mujer ..."
Casi un cuarto de siglo antes, cuando cumplía el Servicio Militar Obligatorio en la base de helicópteros de Ciudad Libertad en La Habana, pude imaginar verme en uno de esos aparatos que, según dicen, tiene su origen en antiguos juguetes chinos que volaban unos segundos y que Leonardo da Vinci dibujó como artilugio mecánico -¡imposible de hacerlo realidad en El Renacimiento por la precaria tecnología de aquella época!-, pero sobre el cual franceses y españoles discuten hoy aún, insistiendo en atribuirse la autoría del invento, aunque fue finalmente un alemán quien diseño el primero de ellos "controlable" y facilitó, perfeccionándolo, su construcción en serie, hasta que se produjeron los que yo había visto en la Apocalipsis Now de Coppola. Pero en esta otra película, era yo, ahora, quien estaba mirando por la portezuela abierta de la barriga de uno de esos pájaros volantes, aunque lo que veía asomarse desde ella no eran ametralldoras calibre 50 sino la vieja cámara de 16 mm que empuñaba Angelito para hacer los planos que le pedí registrar mientras sobrevolamos la selva inmensa, intensa y verde. Aterrizamos en la aldea desde donde habían informado que se produjo un ataque de la UNITA. Y filmamos la devastación que había producido la agresión a las rústicas casas hechas de los más variados materiales y productos de la fauna. Muchos heridos, atendidos por improvisados equipos de auxilio, y algunos muertos reposaban aquí y allá. Recorrí el lugar pensando un montón de cosas que no puedo hacerlas caber aquí. Casi al atardecer, el teniente del FNLA que estaba a cargo de nuestra seguridad dijo: "... bueno, tienen que irse ya pues va a salir el último helicóptero que regresa hoy a Bie ..." -otra ciudad en el interior de Angola-. Me enojé y dije que todavía no habíamos terminado el reportaje que fuimos a hacer allí y que quería quedarme a dormir para filmar el amanecer y hacer algunas entrevistas más. "No, tienen que irse ya ... no sabemos que va a pasar aquí esta noche ...", sentenció el mulato. Y partimos. Al siguiente día supe que se produjo un nuevo ataque, nocturno, allí y se había perdido todo contacto por radio con la patrulla que quedó en el lugar, que comandaba el teniente mulato. Pensé lo estúpido que fue insistir en defender "mi arte" allí.
LB
DOS CARTAS: UNA, LA PRIMERA QUE ENVIÉ A MI FAMILIA; DOS, ELEGIDA AL AZAR -¡SI AL AZAR!-, ENTRE LAS MUCHAS QUE RECIBÍ DE AMIGOS.
Luanda, 6 noviembre 87
¡Ya salí del CEM! (Centro de Exterminación Masiva como le pusieron las companeras) (no te preocupes por la eñe pues a las máquinas de escribir aquí parece que no les hace falta la eñe). Vinimos a caer a un predio que se llama lro. De Mayo, son varios edificios de micro construidos por los cubanos cerca de una Avenida llamada Che Guevara. Su retrato fue lo primero que me llamó la atención cuando llegamos, está puesto en la fachada del edificio donde cayó Tica, al nivel del 2do. Piso. El impacto que recibimos al llegar fue muy grande, pues aquí viven familias angolanas junto a los cubanos y las calles interiores están repletas de niños (encontré la ñ, estaba en el mismo lugar que en todas las otras máquinas, lo que el signo que tiene dibujado es otro, el de ¼, que según me dice Luis -un maestro de Guantánamo que vive en este mismo apartamento- le puso Palacios, otro maestro, pero de Santiago de Cuba que tiene cuatro varones y una hembra. El tercer habitante es del mismo oficio y me lo encontré planchando un pantalón cuando llegué a las 11 de la mañana. Me brindó enseguida de comer y café. Al grupo nos distribuyeron en diferentes apartamentos (pagamos en este momento la novatada). El cuarto miembro de la casa donde viviré hasta que vea cómo podemos reunirnos los del ICAIC, es museólogo y cuando llegó a la una de la tarde traía una cara que sólo la puede describir la palabra desolación. Estuve como dos horas creyendo que se llamaba Serio, pero después supe que el nombre es Sergio. Como a las 4 de la tarde me mostró una planilla que había confeccionado para que los angolanos la mandaran a imprimir y así llevar mejor el control de los objetos museables. "...tú sabes lo que me dijeron -me dijo- que primero tenían que acabar de usar los que tenían, que eran muchos ...¡yo no voy a hacer más nada!, para qué, si esto es un fenómeno aquí ..." Así se comporta un vedadino en este país que me costará mucho describirte. Dominador, el sobrino de nuestra vigorosa vecina llegó también a la una con Sergio, dile que el restaurador está bien, hoy tenía guardia de 6 a 9, se va el mes próximo. Tica se ha portado muy bien, tanto en la escuela como aquí, salió destacada del pelotón que dirigía y la sonrisa no la abandonó ni un momento, tampoco a Angelito, ni a Scull, ni a Tato, aunque para ellos tres veo que es mucho más difícil asimilar esto, venían con otras expectativas más confortables. Aún con todas las dificultades que se ven a simple vista, el ánimo que uno encuentra entre todos los cubanos es muy fuerte y hay que mirar muy detenidamente y con curiosidad para descubrir la tensión y el esfuerzo que hacen para mantenerse resistiendo esta prueba que más que física es mental. Es una lucha contra la inercia y la molicie ambiental que se solapa tras el incesante movimiento al que todos se ven compelidos para derrotar el ataque de los minutos y las horas, de los días y las semanas, de los meses y los años que hay que vencer para cumplir esta msión.
Esta será una carta corta, me siento agotadísimo. Los 13 días de entrenamiento militar, sumados al viaje y los dos ultimos dós días en Cuba, son una buena carga para la quincena de lo que he vivido. Hoy cuando me acueste acabará un ciclo de adaptación, sino el más difícil, sí el más violento.. En la tarde, cuando desempacaba y saqué el libro sobre los Movimientos de Liberación en Africa, lo abrí un momento y saltó la foto en que estamos sentados en el sofá, sonriendo los 4. Desperté y me quedé un rato comtemplándonos, poco a poco mi mente se fue reconociendo en aquella imagen, descubriendo la felicidad y seguridad que disfrutamos en esas cuatro paredes que habitamos en Cuba. Me sentí tranquilo y bien. Tener algo como tú, como las niñas, como las madres -que después contemplé en otra foto, la del cumpleaños- en esta situación, es un privilegio.
Un compañero, Sergio, el museólogo, me habla del franqueo de las cartas, de que hay algunos problemas con los sellos de las que se envían desde Cuba para Angola, pues deben tener 50 centavos de sellos, sólo a los militares les está permitido remitírselas con el franqueo sencillo. Averigua bien eso, para que las primeras cartas que me mandes no tengan problemas. Ya creo que he resistido bastante sin tener noticias de allá.
Para terminar, te contaré cómo hicimos el juramento del final de curso en la CEM. En los últimos cuatro días lo practicamos muchas veces. Había una parte en que había que ponerse de rodillas, con una pierna hincada en el suelo y la otra en escuadra, esto durante 3 o 4 minutos. Tica me prestó una íntima para ponérmela en la rodilla con maquintape, pues sino era imposible resistir. Después firmamos el juramento del internacionalista y se leyó un comunicado. Estábamos parados frente a un monumento que tenía una tarja que decía: "El Internacionalismo es el escalón más alto de la especie humana. Che." Al final pusieron una cinta de sonido con la voz de Ernesto y otro fragmento de Fidel. Yo oía y miraba tras la cerca de alambre a los niños angolanos que nos observaban y pensaba en cómo verían ellos estos ritos nuestros, esta religión combativa. Creo que aquí llegaré a entender la verdadera utilidad de los actos políticos y ceremoniales que en Cuba a veces nos lucen formales y vacíos por su frecuencia. Algo similar me sucedió con la prensa. Cuando vi el periódico Grammma (perdóname la m de más, pero es que la máquina de escribir está destartalada), me parecía algo de un país lejano y hermoso. Leía los titulares y las noticias, a las que allá no prestaba mucha atención, como la marcha de la zafra, la visita a un nuevo centro hospitalario, los resultados docentes del curso escolar, la lucha por los porcientos de mortalidad infantil, los actos de las Fuerzas Armadas, las vagas crónicas de la cultura cubana en países lejanos, todo, el rincón de los deportes, todo, me parecía cosa formidable, hasta la cartelera de los programas de TV y cine. Es como tener conocimiento de un país fabuloso que puede existir al margen de esta realidad desconcertante e insólita que vivo.
Mañana me sentaré a escribir con más calma, la dirección que está en la carta, la del remitente, es a la que debes escribirme. Te la vuelvo a poner aquí por si acaso:
LAZARO BURÍA PÉREZ
PREDIO CIVIL 1RO. DE MAYO
APARTADO 4214, LA HABANA 4
BLOQUE 49, APTO. 4
LUANDA, RPA
(COLABORADOR INTERNACIONALISTA)
La Habana 2/11/88
Lazareto Il Buria,
contenta con tus letras y a cada rato me
pregunta, ¿ya le respondiste a Lázaro?
(al dorso, con la misma letra)
Compañero Lázaro Buría
de Jesús Díaz
(con la fraterna atención de Daniel Días Torres)
Notas:
(1) "las especies" eran alimentos, para cubrir la comida del mes, y alguna que otra prenda de vestir, todo lo cual nos lo entregaban sin costo alguno. Además, recibíamos una pequeña cantidad de Kwanzas para "gastos de bolsillo", de la cual intentábamos ahorrar todo lo posible para comprar los regalos que deseábamos llevar a familia y amigos en Cuba.
1 comentario:
Muy interesante tu narración sobre tus once meses en Angola. Espero que escribas pronto tu próximo capítulo. Chalo
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