Cuando leí mi nombre en la lista de aprobados para ingresar en la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades, me sentí como el emigrante frente al barco que le llevará a La Tierra Prometida donde hallará seguridad económica y fama. Así comenzó "mi quinquenio luminoso" -"gris" para otros, no sólo en Cuba-. Lo que había logrado tenía, para mi, una significado adicional: el acceso demostraba que las 3 oportunidades en que suspendí el examen final de Español en sexto grado -¡carezco de certificado de haber cumplido la enseñanza primaria!-, no impedían que alcanzara educación superior. No afirmo que saltarse escalones de la evolución -cualquiera de ellas- sea posible, sino lo contrario: hay que pisar firme cada uno antes de ascender al siguiente. Y así lo hice.
Tras ser rechazado mi talento por el ICRT y conociendo ya la forma en que el ICAIC fabricaba cineastas -gracias al departamento de sonido, donde acudían todos los creadores para terminar sus películas-, calculé que para llegar a mi meta necesitaba, más que milagros, años. Y que debía obtener antes diploma universitario pues el país ahora buscaba institucionalizarse, después de "suspender" su propósito de 10 millones, y los "requisitos" para reorganizar la fuerza laboral -desorientada en ese intento-, eran cada vez más exigentes en manuales y normas que se multiplicaban como conejos. Por tanto, decidí ingresar en la universidad. Pero a falta de diplomas, debía hacerlo por examen directo. Y dediqué mi tiempo disponible a estudiar la abundante materia de 12 temarios de asignaturas a dominar -incluidas matemáticas, geometría, física, química, biología- para entrar en Letras.
La decisión de cómo invertir mi capital de tiempo, posponía la solución del problema vivienda en mi familia: éramos 4 personas -mi hija, su madre, mi madre y yo- en un cuarto de 5 x 4 metros, con paredes laterales de cartón y madera. Más baño exterior. Por más que abuelo y mamá intentaron salir de esa situación en los 25 años anteriores, no pudieron. Yo, heredero de ese propósito, pensaba resolverlo planificando la solución sin renunciar a mi sueño personal. Me licenciaría en Filosofía y Letras, competiría por una plaza de director de películas, aumentaría mi salario a 400.00 pesos o más y entonces me ocuparía del asunto casa. Quienes debían esperar por mi, lo entendieron. Pero yo no sabía aún que lo imaginado casi nunca se hace realidad exacta pues cada familia del país donde resides -y de otros- también tienen su plan, que favorece o daña el tuyo. Y no todos entendemos la solidaridad de igual modo.
La enseñanza superior me puso en el camino de entender cuál forma de solidaridad es la más útil y productiva: la distribución equitativa. Pero también me enseñó que nuestra especie intenta hacerla posible desde hace 5,000 millones de años. No es solamente un problema de organización sino de identificación de respuestas equivocadas. Y de ingenuidad sustituyendo sabiduría, que fue lo que me sucedió cuando hice la pregunta en el primer pleno de estudiantes al que asistí.
Fui por curiosidad, invitado por un dirigente de la UJC, a quien dije, en medio de una movilización, que deseaba ir al acto donde discutirían y aprobarían “la orientación” de separar la Unión de Jóvenes Comunistas de lo que tradicionalmente se llamó FEU -Federación de Estudiantes Universitarios-, unificadas desde la "ofensiva revolucionaria del 67", cuando el gobierno intervino los pequeños comercios que quedaron con vida tras "las expropiaciones del principio". Y allí estaba yo, sentado en un salón del Hotel Nacional, escuchando exponer ideas a alumnos y cátedras -si no recuerdo mal, Mirta Aguirre, la estudiosa de la Literatura Cubana, estaba presente-. Y cuando casi terminaba la discusión del problema a resolver -la solución era sencilla, descentralizar el poder concentrado por equivocación-, levanté la mano y pregunté (tenía derecho a voz, pero no a voto): “¿Y porqué se cometió el error de mezclar dos funciones diferente?”
Es peligroso ignorar que se está "fuera del juego" y de que hay "7 que van contra Tebas". Los que están dentro y lo saben, te clasifican inmediatamente como “a favor” o “en contra”. Esto lo aprendí respondiendo al interés de los jóvenes dirigentes electos por saber porqué hice la pregunta. Era marzo de 1971 y yo apenas había leído La Odisea de Homero, aunque me gustaba más Los Trabajos y los Días de Hesíodo -sobre todo el pasaje donde Prometeo roba el fuego del conocimiento a Zeus, máximo líder del Olimpo, para regalarlo a los mortales-.
Y en la foto ya me ve usted en aquel tiempo, sentado con amigos del primer año en la escalinata del Al Mater, que descansa su primer escalón en la calle San Lázaro.
LB
1 comentario:
Estimado Lázaro Buría. Es un honor poder leer sus memorias. Desde Canal Documental (www.canaldocumental.tv) reciba nuestro saludo.
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