Y llegó mi oportunidad. Fue tras terminar el trabajo como asistente de dirección en otra coproducción -ahora entre Cuba-Francia-Méjico-, donde estuve a las órdenes de Miguel Littín, realizador de quien admiro su primera película de ficción: El Chacal de Nahueltoro -1969-, donde Nelson Villagra interpreta magistralmente un "asesino múltiple" que mata a una campesina y sus 5 hijos -hito de crónica roja en la prensa chilena de mediados de los 60-. Ahora emprendía su 4to. filme, El recurso del método, que contaba las peripecias de un dictador latinoamericano "standar" -con Villagra transformado de marginal en dueño del poder- tratando de sofocar rebeliones en su país y, simultáneamente, disfrutar de estancias en París. El guión estaba basada en la novela homónima de Alejo Carpentier. Gracias a esta experiencia conocí a Katy Jurado -puntual y muy profesional en su trabajo de actriz-, y la fuerza del auténtico picante mejicano en los "chiles" que traía a la filmación el simpático "script" (el que controla detalles de continuidad entre tomas y escenas), natural del Distrito Federal. También entre en contacto con los hermanos Castilla: "El Pato", que operó la cámara principal -el director de fotografía era Ricardo Aronovich-, y con Sergio, a quien meses después ayudé en Prisioneros desaparecidos (su filme sobre las torturas bajo el gobierno de Pinochet). En general me sentí bien con el colectivo de "hermanos del sur", que debían crear sus obras y buscarse la vida en lugares del planeta que no eran su patria natal. Pero también tenía un poco de "envidia sana" al ver la libertad con que se movían y negociaban proyectos en los variados países por los que se movían. Y pensaba -de manera estúpida de mi parte-, que "estaban quitándome oportunidades y recursos en el mío". Un día, cuando conté a Miguel una de mis ideas para películas, contestó: "¿Y porqué no la haces?, ¡hazla!" Lo dijo con tal seguridad, inocencia e ignorancia de lo que tenían que hacer los cineastas de La isla para producir sus proyectos, que me molestó. Le respondí comunicándole mi dulce rechazo a como yo suponía que él lograba realizar sus proyectos. Por suerte, era persona inteligente y práctica, con sólo 4 años más que yo -hijo de griega y palestino-, y resto importancia al asunto cuando Camilo Vives -enterado de la fricción entre nosotros-, preguntó si quería sustituirme como asistente. Miguel le dijo: "No, no creo que ninguna haga un trabajo tan bueno como él". Ahí le ven en la foto, a la derecha con el micrófono en la mano, mientras yo -entonces tenía barba-, conversó con Aronovich durante un “impasse” de trabajo el día que filmamos la escena del carnaval en la Habana Vieja.
Fraga me cito y dijo que el documental sobre el Ejercito Juvenil del Trabajo había que hacerlo inmediatamente -estábamos en el Año del XI Festival de la Juventud y los Estudiantes, que tendría lugar en Cuba-. Y me preguntó si estaba dispuesto a asumirlo, no de la forma que había propuesto antes sino investigando sobre el terreno como enfocar el tema. "Si..."
Y partí en Lada -al timón, Navarro, de los mejores chóferes de producción-, a conocer unidades y trabajo de la EJT en las provincias orientales. Tal ejército, creado 5 años antes, daba continuidad a la Columna Juvenil del Centenario -idea para desarrollar la agricultura, nacida en la ofensiva revolucionaria de 1968-. El conocimiento más importante que me aportó el viaje, lo adquirí en el municipio Amancio Rodríguez -"Macondo", le decían para compararlo con el mundo imaginario creado por García Marqués en su novela 100 años de soledad-. En la provincia Las Tunas. Miles y miles de hectáreas de sembrados de caña me parecían el fin del mundo. Allí, me ayudó a descubrir qué se hacían y cómo vivían los "soldados de la producción", un joven sub-teniente de apellido Mok -emparentado con el dirigente principal de la Unión de Pioneros de Cuba-. Hablamos mucho de historia y de problemas del subdesarrollo y cómo superarlo. Entonces se me ocurrió proponerle que resolviera un "juego ideológico" que había conocido recientemente en una película húngara -El quinto sello- del director Zoltan Fabri.
Era sencillo. Se trataba de escoger cúal personaje nos gustaría ser entre 2 opciones: A o B. Ambos vivían la etapa de desarrollo social y económica llamada "Feudalismo". "A" era siervo de la gleba, dependía de un pequeño pedazo de tierra y vacas para mantener a su familia. Tenía buenos sentimientos y era muy trabajador. "B", era señor feudal, con castillo y ejército propio. Muy preocupado por mantener su reino y ampliarlo. Pero para esto, necesita hacer la guerra y disponer de recursos para mantener el orden y proveer de alimento a sus tropas. Por estas razones, despoja a sus siervos, entre ellos "A" -primero-, de 2 de sus 3 vacas, y -después-, de la que le queda. Como la lucha contra los adversarios de "B" no termina, este manda a recoger todo el trigo que tienen almacenados los siervos. "A" se resiste, los soldados le golpean y, de paso, violan a su mujer y a su hija. "A" no protesta, pero exige explicación a "B" de porqué hace tal cosa. "B" le explica y le convence de que están en "la etapa feudal" y las cosas son así. "A" acepta la disculpa porque entiende "las leyes del desarrollo de la sociedad y la lucha de clases". De repente, Mok frena el jeep -un Gas 69 de los que se ven en películas rusas sobre la segunda guerra mundial-, me mira achicando más sus ojos achinados y dice: "Ven acá, a qué viene ese cuentesito...tú quieres confundirme o qué?"
-No te pongas así, es un cuento de las contradicciones en que nos pone la vida algunas veces ... Y toda esa caña, ¿la recogen a mano o con alzadoras?...
Aquella noche disfrutamos de una cena opípara en la casa de visita del Partido: congrí, yuca con mojo, tostones, masas de puerco fritas, ensalada de lechuga y tomates, además de un par de cervezas. Era la comida típica del país y había sólo un poco de diferencia entre ella y la que se servía en los campamentos de reclutas del S.M.O (de ellos se nutría este contingente militar). Recordé mis 3 años, 2 meses y 18 días en las cómodas unidades militares de La Habana donde los cumplí cuando fui soldado y me pregunté cómo habría sido 10 años antes el lugar donde estaba ahora. Pensé en las cosas que deciden las oportunidades que nos dará la vida.
Al día siguiente visitamos un policlínico -parte de las obras de civilización que el gobierno llevó a aquellos confines- y ocurrió una algo que me demostró "el realismo-mágico" dentro del cual vivía aquella región. Caminábamos por un pasillo donde esperaban pacientes para ser consultados. Me fijé en una muchacha de poco más de 20 años que jadeaba aparatosamente -quería llevar a sus pulmones el aire que le faltaba-. Me pareció que exageraba su estado y me acerqué a ella. Me acuclille y mirándole a los ojos dije: "¿Quieres que se te quite eso que tienes?" Sin abandonar convulsiones, movió la cabeza afirmando y puse mis manos sobre sus rodillas: "Escucha que voy a decirte, mira. Haz lo mismo que yo ..." Tomé aire por mi nariz y llené el pecho de oxígeno. Cerré la boca. Y comencé a soltarlo lentamente por ella, muy suave y despacio. Cuando terminé de exhalarlo todo y antes de repetir la acción, insistí. "Haz lo mismo tú." Y me imitó. Lo repetimos 3 veces, hasta que recuperó el ritmo de su respiración natural, cambio su rostro y sonrió. Mok, que me miraba, dijo: "Muy bien, ya acabaste, vamos, que todavía nos falta mucho...ven acá, ¿tú también eres médico"
- No, pero me llamo Lázaro y me dicen Babalú Ayé... -y reí-.
Durante aquella semana mis ojos recogieron la mayor parte de imágenes y sonidos con que la imaginación trabajó para concebir cómo sería mi primera obra documental. El próximo paso era producir "mi idea de cómo mostrar el tema". Pero eso era trabajo en equipo. ¿De cuáles especialistas del ICAIC podría disponer para sumarlos a mi aventura? Cuando me reuní con Camilo para saberlo, me hizo una "oferta sin alternativas". El fotógrafo y el sonidista eran los únicos que tenía disponibles -casi ningún director quería trabajar con ellos si podían esperar por otros-. Para el productor que me acompañaría, era su primera experiencia solo. Nos reunimos, expliqué el proyecto y comenzamos la filmación. Mok nos esperaba, probablemente inquieto -aunque siempre impasible- en “Macondo”, revisando en su oficina los planes de producción y tareas que debían cumplir miles de subordinados.
LB
1 comentario:
Tu comentario sobre los sembrados de caña en Las Tunas me trajo a la mente el humor criollo con aquello de "yo no tumbo caña, que la tumbe el viento, que la tumbe Lola con su movimiento."
Gonzalo, desde Carolina del Norte, EEUU.
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