domingo, 17 de febrero de 2008

El creador tartamudo


Después de 3 semanas de invierno alemán, recuperar el eterno verano caribeño cargado de maletas hinchadas de regalos para la familia, fue lo mejor del viaje. Contar la experiencia y anécdotas mientras repartía paqueticos -prueba irrefutable de que "me acordé" de ellos-, me fatigó tanto como 12 horas de vuelo estampado en un asiento de clase turista para cruzas el Atlántico. Viajar al extranjero me convirtió -así lo sentí- en alguien que "conoce el mundo", aunque fuese sólo ilusión que deseaba volver a repetir. Y cuando esto ocurre, la pregunta que te persigue desde ese momento es "¿Cuándo volveré a salir?".

Para lograrlo tenía un camino solamente: hacer mi trabajo suficientemente notable para volver a ser candidato a participar en algún festival. Pero hacerse famoso -los que se dedican al arte y la literatura lo saben- es complicado. Sobre todo cuando se descubre que la fama depende no sólo del talento personal sino de muchas variables y coyunturas políticas, económicas, sexuales y hasta azarosas. Esta cuestión me atrajo desde la adolescencia cuando pintaba y hacía esculturas en el Taller Libre de Artes plásticas del parque de Santos Suárez. Por entonces -a los 17 años-, viví mi primer desconcierto artístico. En el Festival Provincial de Aficionados, me otorgaron premio por una serie de 5 cuadros que hice en 20 minutos, inspirándome en el método "fauve" -del francés, que se pronuncia "fov": fiera-. Y Noel, mi mejor amigo - a pesar de dedicar 5 meses a uno suyo que yo consideraba obra maestra-, quedó con las manos vacías . Pero no fue todo. Mi "rodiniano" busto de un metro de altura inspirado en Nguyen Van Troi -mártir vietnamita-, fue ignorado por el jurado que otorgó el mayor reconocimiento a un torito de terracota de apenas 30 centímetros. Bonito para adorno de comedor, pero incapaz de competir con mi espléndida pieza como motivo central de una plaza en aquel 1964, "Año de la Economía". Estos contrastes entre éxito y fracaso fueron parte de los argumentos que me di a mi mismo para abandonar la producción de imágenes estáticas y probar suerte en el cine.

Quizá por aquello, ahora -1979 Año XX de la Victoria-, propuse la idea de realizar un documental sobre una máquina de recoger malanga y su creador: Fui el domingo a la caoba. Fue aceptada, lo cual significaba avanzar en mi carrera pues no era trabajo "de encargo" sino nacido "de inspiración propia". ¿Y qué o quién me inspiró en este caso? Hermógenes, tío de mi compañera que vino a La Habana desde su pueblo natal, Las Tunas para ver a una parte de su familia asentada en la capital a partir de 1959. El me contó la saga de Maitín -su amigo innovador-. Hizo el cuento con tanto detalle y diversión que inmediatamente supe que el relato era guión perfecto, como el de las historias que narran la gente de campo en Cuba. Y semanas después, visto y conocido al personaje durante un viaje a Oriente, me dije: "Es ideal para explicar la lucha de un creador imperfecto -era tartamudo-, en un medio adverso -la provincia más atrasada de La Isla-." Maitín -siempre despertaba con los primeros rayos del sol-, vivía obsesionado por mejorar la vida de sus compatriotas con máquinas agrícolas como las que había visto en los países socialistas que visitó. Y había logrado trasmitir su proyecto a viejos compañeros de taller para que le ayudaran a materializar la "visión" que tuvo un domingo mientras descansaba al pie de una caoba. Pero carecía de preparación y habilidad para explicar a los jóvenes -que dominaban las herramientas más complejas-, sus ideas mediante dibujos técnicos y planos. Y lo hizo trazando esquemas en el suelo con un palo mientras repetía: "Yo sé, lo ten ...ten...tengo todo en la ca ...ca beeezaa".
De los conflictos asociados a la creación de la "recogedora de malanga", el principal era la confrontación entre los que creen algo posible y quienes lo ponen en duda. Los jóvenes, con más nivel cultural y educación técnica, reían y tildaban de loco al viejo agricultor que hablaba con palabras incompletas y que debía esforzarse para pronunciarlas enteras. Pero no eran capaces de ver lo que los ojos de Maitín percibían fácilmente. Por ejemplo, preguntaban dónde obtener recursos y piezas para montar la ingeniosa máquina. Y él decía que se podían encontrar entre los medios y materias primas almacenados ociosamente en los cementerios de desperdicios estatales. En conclusión, con su capacidad de encontrar soluciones y entusiasmar a sus compañeros, el creador venció el pesimismo racional de quienes le rodeaban y lograron "armar la máquina" que, pintada de amarillo inteligente, deslumbraba como si fuese artefacto caído del cielo. La imagen parecía de futuro en aquel pequeño pueblo asediado por el subdesarrollo donde la familia se reunía de noche en la sala para ver televisión.


El paso siguiente era comprobar si servía y en las pruebas teóricas -en el taller, vertiendo sacos de malanga sobre la cinta transportadora-, funcionó. Pero cuando la llevaron a los malangales y las cuchillas comenzaron a recorrer el suelo penetrándolo para cortar raíces y las esteras a recibir tubérculos impregnados de tierra, que se desprendía mientras eran conducidos -vibrando- al conducto donde les esperaba el saco para contenerlos, el artefacto se trabó. Y por más que lo intentaron una y otra vez, no funcionaba como se esperaba. La razón era sencilla y casi evidente, aunque no la tuvieron en cuenta ni los jóvenes técnicos, ni los experimentados viejos, ni los maduros administradores de empresas que apoyaron el proyecto: usar tecnologías modernas en la producción agrícola, requiere primero preparar las tierras para emplearlas. O sea, limpiarlas de piedras y obstáculos que entorpezcan la forma en que ellas deben hacer el trabajo. Pero aún después de aclararse esto, Maitín insistía en el valor de su obra y repetía una y otra vez:"¡Pero sacó malanga!"

El final de la historia sorprende. Hubo que castrar parte del sueño -el transportador que las llevaba al saco-, y las malangas continuaron siendo recogidas por una procesión de obreros que seguía a la cosechadora, aunque ella les ahorraba el trabajo de extraerlas. Por esto, la información de que la máquina era capaz de producir 2000 quintales en 8 horas y ahorrar labor de 300 trabajadores, publicada en el periódico local antes de terminarla, no se ajustaba a lo que sucedió tras probarla. Y al carecer la noticia de seguimiento, tampoco se informó que tecnólogos de otras provincias -del centro de La Isla- acudieron a Tunas interesándose por el invento para usarla en extraer otro tubérculo. Lo cual hicieron. ¡Y sacó boniatos!.

Adriano Moreno -el camarógrafo- hizo fotografía excelente e interpretó cabalmente el estilo realista duró -y simultáneamente poético y sensual- que yo deseaba dar a la obra. Hubo sólo un día en que se reveló "la frontera" que diferenciaba nuestras respectivas miradas. Fue mientras hacíamos imágenes para mostrar "momentos tangibles" del proceso de creación. Maitín probaba el funcionamiento de un dispositivo hidráulico y le dije que metiera y sacara el émbolo mientras hacia oscilar el cardán conectado al tubo. Y pedí a "Nano"que tomara la escena desde el ángulo de la cintura del inventor. Hicimos un ensayo y Adriano saltó: "¡pero esto es casi pornográfico!, parece que está..." Y respondí: "Sí, que está disfrutando del placer que produce crear algo salido de su imaginación...la sexualidad es eso y quiero que el espectador se de cuenta cómo él se sentía cuando hizo la máquina..." Y filmó.



El sonidista -Marcos Madrigal- entendía mejor estos aspectos lúdicos y raros de lo que yo quería lograr. También la fría y distante, pero precisa y exacta editora -Gladys Cambre, que no se asustaba ante nada y sólo se molestaba ante las chapucerías. La producción nos la facilitó, aún cuando era su primera experiencia solo, José Ramón Pérez, que por entonces -como yo-, trataba de abrirse paso entre profesionales del oficio con más experiencia en las espaldas. Pero lo mejor del team -en mi opinión-, fue una muchacha de mi grupo de estudios en la Universidad ubicada en el ICAIC para cumplir el servicio social, que actuó como mi asistente, aunque entonces les llamaban "analistas": Tania Carvajal. Cada vez que abría la boca era para decir algo imposible de rebatir.


La suerte de Fui el domingo a la caoba en la ronda crítica del 5to. piso fue aceptable. Los créditos, construidos con primerísimos planos del linotipo montando letras para formar palabras que seguían el ritmo incansable de un sinfín, fue calificado de "original". Yo expliqué porqué me interesó el tema, aunque no mencioné que me gustaba mucho el puré de malanga, comida de la que disfrutaba con frecuencia en mi infancia y que en ese momento comenzaba a escasear. También me referí al interés con que los espectadores reciben historias reales concretas de individuos con conflictos y limitaciones personales y sociales para resolverlos, siempre que sean contadas sin aburrir y el final sea sorpresivo -como en las buenas películas de ficción-.

El documental fue estrenado ese mismo año. Recibí mi mayor recompensa por él una tarde de sábado, en que acudí con mi hija de 10 años a verlo en el cine Santa Catalina. Lo exhibían en compañía de un filme francés sobre complejos y problemas psicológicos de una emigrante negra en Francia, que no atrajo público alguno y nos dejó casi en intimidad total con la enorme sala. Cuando salimos, pregunté a Lida que le había parecido mi obra. Y respondió: "...ideas oscuras y bien meditadas...eso es lo que me viene a la cabeza ...es del libro que estoy leyendo, La cabaña del tío Tom." Nunca he estado seguro si lo dijo por la historia de la emigrante o la del creador. Ni sé que quiso decirme con ello.

La secuencia final de Fui el domingo a la caoba la filmamos durante un acto de masas en Las Tunas, al que Maitín asistía como invitado especial y estaba sentado en la tribuna -no por ser militante del Partido Comunista de Cuba, que lo era, sino por sus méritos como trabajador-. Desde allí -con su tabaco- miraba a miles de sus coterráneos portando pancartas y telas con consignas, de las cuales elegí la que decía:"Nuestro compromiso con Fidel, en el 80 todos con el 6to. grado".


LB

Si desea ver más fotos del documental, visite:


2 comentarios:

Alzina Zondi dijo...

Cordial saludo, estoy interesada en su documental Fui un domingo a la caoba, es posible encotrar una copia disponible?

Lázaro Buría dijo...

Querida Alzina:

A su solicitud puedo responder que sí. Pero para explicarle cómo puede obtener copia del documental, necesito una dirección de correo donde pueda enviarle un mensaje más amplio que este. Intente buscar en Internet su ubicación mediante canal diferente de este para escribirle,pero no lo encontré. Su nombre escrito en Google, me devolvió referencias de alguien que no es posible que sea usted -ubicada en Suráfrica y ya abuela en 1956-. Otra comprobaciones que hice, me dicen que su mensaje procede de Latinoamerica, Colombia -por más detalle-. Auqnue no mucho más. Gracias por su lectura de mi blog. Y espero noticias suyas, que si quiere dármelas más rapidamente, envíelas a ;

lazaroburia@gmail.com

Un saludo,