Nitzschke nunca olvidará mi eficiente trabajo como asistente de dirección de su película y recordará, sobre todo, el día que nos apeábamos de un vehículo y cerré la puerta de los asientos traseros sin percatarme que él -para completar su salida desde los delanteros- aún agarraba con su mano derecha la columna de la ventanilla donde ella encajó. Sus dedos -aplastados entre los perfiles metálicos-, le hicieron enmudecer hasta que me volví y, sin entender aún qué pasaba, encontré su rostro enrojecido. Antes de abrir la puerta para liberarlo, escuché como se lamentaba en voz baja: “...Scheiße! ... Scheiße¡ ...” (¡mierda ...mierda). Su educación aria le impedía gritar el dolor. No fue lo mismo en el caso de su traductor, quien tras 2 semanas de agotadoras filmaciones, decidió encerrarse en la habitación con la bella novia cubana que le visitaba donde nos alojamos -hotel Costa del Sur, recién inaugurado-. "¡Vayan al carajo con la película!", “¡Déjenme descansar!” gritaba en alemán o en su español gutural cada vez que intentábamos hacerle razonar para que regresara al trabajo. 2 días después, apareció. Completamente relajado tomado de la mano de su medicina para el stress laboral.
En marzo de este año 1976 -la foto fue tomada un mes antes-, conocí a la mujer que me acompaña hace más de tres décadas. Fue al atardecer, cuando ambos regresábamos a casa después del trabajo en un ómnibus de la ruta 27. Tenía apenas 20 años y una hija de 2. Era secretaria en una empresa de grúas del Ministerio de la Construcción. La dije que, si queríamos entendernos plenamente, debía conocer cómo era mi oficio y propuse -estimé que tenía "madera" para el cine- que se trasladará al ICAIC. Yo estaba entonces enfrascado en problemas de vivienda -la de mi madre, mi hija y su madre-. Y ante la imposibilidad de "ganar" una nueva de las que se edificaban por el “plan de microbrigadas” (había que tener muchos méritos laborales, participación social y vida política para que "te tocara" pues la oferta era tan insuficiente que sólo satisfacía una pequeñísima parte de las muchísimas solicitudes), había decidido reconstruir el cuarto donde ellas vivían. Dibujé planos, tramité permisos, encontré un viejo albañil -más de 80 años- que nos ayudaría aceptando el pago del poco dinero de que disponíamos, mi madre, Pedro -su esposo, 17 años más joven que ella-, y yo. Y se presentó la oportunidad de comenzar la obra cuando la Dirección de Arquitectura Municipal decidió demoler y reconstruir el enorme muro y su cimiento que sostenía -sobre la parte más baja de la ladera de la loma donde se apoyaba- la enorme casona colonial en la que estaba nuestro cuarto (el 95 % de la vieja mansión la ocupaban por dos familias: una que disfrutaba del 90% -los propietarios- y otra el 5% -en alquiler-, como mi familia. Si no lo hacían, el inmueble corría el peligro de venirse abajo arrastrando en su caída al edificio colindante. Fue la obra de remodelación civil más costosa del municipio ese año.
La madera del encofrado para crear una segunda planta en el cuarto -el puntal alto del techo lo permitía-, la obtuvimos desclavando y reutilizando la usada por la brigada estatal para fundir el nuevo muro. Los operarios del gobierno renunciaron a hacerlo porque decían era muy engorroso y no valía la pena emplear tiempo en ello pues tenían otras prioridades. Nos beneficiamos también de cemento, arena, recebo y bloques que sobraron y no volvieron a recoger. El resto de los materiales lo obtuvimos por “asignaciones del municipio" -sujetas a “disponibilidad de inventarios” y siempre tardías -, en el mercado negro y con “los amigos”. Terminar los 60 metros cuadrados de superficie habitable de la "nueva casa" (un duplex con 1 sala, 1 baño, 1 cocina y 2 cuartos) nos tomó casi 18 meses. Tomamos 1200 centímetros -también cuadrados-del enorme patio trasero tras mucha y ardua negociación con vecinos de la derecha, los dueños, y de la izquierda, en renta. Y me quedé con un solo problema de vivienda: el mío.
Este año debió comenzar mi carrera como "director de cine". Pero en el destino -no importa que tengas un plan-, influyen multitud de factores, entre los que están el carácter, cualidades y limitaciones que otorga la naturaleza a nuestro ser y al de quienes nos rodean. Por esto, quizá, no entendí correctamente qué se esperaba de mi cuando Jorge Fraga -director de Programación Artística del ICAIC en ese momento- me comunicó que me había elegido para hacer un documental sobre el Ejército Juvenil del Trabajo -la EJT, cuerpo de las FAR dedicado a tareas productivas, esencialmente agrícolas-.
Recuerdo que estudié la información sobre el tema y presenté un guión cuyo tratamiento era, esencialmente, de ficción. Fraga me hizo saber, mediante carta, las razones porque consideraba que no era un "abordaje correcto" del asunto. Breve, en una página. Y respondí con 25 -también escritas a máquina-, donde expliqué porqué sus argumentos para rechazar mi proyecto estaban equivocados y eran falsos. Él, sabio -mucho aprendí de sus clases sobre guiones y dramaturgia-, no respondió. Pero me comunicó que la realización de la obra se posponía. Lo cual me regaló tiempo para dedicar a las tareas de construcción hasta que volvió a citarme. Ahora para ofrecerme realizar un "spot" (no le decían así, aunque fuese lo mismo, para evitar parentescos con “la publicidad", considerada “un arma del enemigo” según ideas al uso), en conmemoración de La Revolución de Octubre.
El ICAIC colaboraba con el ICRT -radio y televisión- y el DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria del PCC), en la producción de "cuñas divulgativas", que debían ceñir su guión a los "pies forzados" de enunciados predeterminados para cada tema o asunto. Durante este trabajo entré en contacto con una parte de la mecánica de producción ideológica "directa" del Partido -en la que 10 años después incursioné de nuevo, pero en temas más “delicados y complejos”-. Y tuve mi primer intercambio "ideo-estético" con funcionarios de las 3 instituciones implicadas en el proceso. La mezcla de ideología, arte y ajedrez que imaginé para crear “la pequeña obra”, me permitió descubrí que la censura en la producción de mensajes en Cuba se alimentaba no solamente de "directrices de la cúpula del poder", sino también de la forma en que cada funcionario las asumía según su cultura, nivel de conocimiento sobre los “medios” y precauciones personales para no perder el empleo. Me parecía normal.
Realicé el "spot" con piezas de ajedrez sobre un tablero, que Iván Nápoles -el imprescindible camarógrafo de Santiago Álvarez- filmó magistralmente con lentes macros, una arriflex y negativo B/N de 35 mm . La idea era simple: “los peones son quienes vencen al Rey”. ¡Nada de torres, alfiles, caballos o reinas! La “masa de obreros” atacaba, mientras yo lanzaba bocanadas de humo de mi cigarrillo -siempre he fumado “tabaco negro”- sobre el escenario para simular la guerra. Lo demás lo hizo "la truca" -aquel artefacto mastodóntico con que se creaban los "efectos especiales" del cine de entonces-, combinando consignas gráficas combativas, rostros de muertos famosos y banderas. Finalmente agregué música lírica.
Cuando Fraga y el funcionario de la televisión lo vieron, no estaban seguros que "...los del DOR, entendieran qué quería decir lo que hiciste..." Dudaban. Les convencí para que me dejaran mostrarlo a “los de arriba”. Gustó mucho y se trasmitió -"es algo diferente", oí decir a alguno-. Estábamos en el último trimestre de 1976, en medio de la consternación nacional por el sabotaje a un avión que despegaba de Barbados rumbo a Cuba -murieron, 57 cubanos, 11 guyaneses y 5 coreanos-, y durante aquellos meses escuchamos una y otra vez -por radio, televisión y en noticieros de cine, la voz de uno de los pilotos advirtiendo a su compañero qué hacer antes de perderse la comunicación con la torre de control y caer al mar-:
- ¡Eso es peor, pégate al agua, Fello, pégate al agua!
LB
1 comentario:
Lázaro, esperaba este artículo. Sólo 3 en diciembre y has publicado 4 al mes. No me has defraudado. Es fascinante conocer las interioridades de un mundo que desconozco.
Gonzalo
Publicar un comentario