
El argumento del filme narraba el enfrentamiento entre obreros y burgueses -por asuntos económicos- en el Iquique del norte salitrero en 1907, que concluyó con la matanza de mineros -nativos, peruanos y bolivianos- tras brutal represión comandada por el General Silva Renard. Los actores y figurantes principales, eran chilenos acogidos por La Isla tras el 11 de septiembre de 1973 -asalto al Palacio de La Moneda, muerte de Allende y toma del poder por Pinochet-. Y la gestión de organizar su participación en la obra resultaba complicada por las diversas clases sociales de que procedían y las filiaciones políticas -todas de izquierda- que profesaban -esto era lo que más agotaba a Rojas-. Lo único que les unía, era el dolor de lo que les sucedió dos años antes y la nostalgia por la patria.
Informado del reto principal del trabajo, al que se agregaba armonizar “refugiados y cubanos”, me empeñé en estimular la cooperación entre todos los “aldeanos vanidosos” que participábamos en la obra impidiendo -apoyado en la lengua compartida- vernos unos a otros como extranjeros. Tal propósito lo identifiqué no solamente como mi responsabilidad particular sino también como “la del cine en general”. Aprendí también que las películas se hacía -decían entonces- con "...fuego, humo, agua, caballos y mucha sangre..." Todo mezclado, como en un sueño. Y precisamente en una de las puestas en escena oníricas y alegóricas de esta obra de Solás, fue donde se me reveló que "el estilo mágico" no sería el mío, aunque sus resultados deslumbraran y multiplicaran mi imaginación, que se sentía capaz de expresarse a través de él igual o mejor que los realizadores amantes de esa forma.
El día en cuestión tuvo 36 horas, que trabajé sin descanso. Atendí maquillajes y peluquería de protagonistas, vestuarios de ellos y cientos de extras más con ropas de épocas diferentes, controlé la escenografía del salón más grande del antiguo Centro Gallego, la preparación de utilerías -lanzas, arcos, flechas, armas blancas y de fuego, comidas y licores-, los efectos especiales, además de la pirotecnia y media docena de cuadrúpedos bajo techo. Y entonces llegó el director, paseo su mirada por el set, observé en su rostro un sentimiento de incertidumbre y un momento después anunció que no estaba "inspirado" para filmar. Estallé.
Sólo la explicación amable de Jorge Herrera -el director de fotografía- y la capacidad de seducción de Humberto Hernández -el productor ejecutivo-, me devolvieron a mis cabales. Y aunque mis 29 años se negaban a entender las razones de porqué debía ser así, pensé, "...bueno, Solas hizo Lucía -una obra maestra- a los 27 -ahora tenía 35-, quizá eso le da cierto derecho a actuar así ... ¡coño, pero que caros cuestan esos derechos!..." Suspender filmación que demandaba preparación tan compleja y extensa era muy costoso. Pero eran las reglas del juego, asumidas y defendidas por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica -primero "arte" y después "industria"-, estaban claramente anunciadas en el orden de ambas palabras de sus siglas: ICAIC.
Gracias a La Cantata ... también aprendí cómo se hacía cine en Cuba entonces -y sudé a mares- corriendo por canteras del Mariel -simulaban desiertos australes-, estimulando a masas de mineros explotados -también simuladas- para que gritaran fuerte sus demandas y levantaran en alto banderas y carteles con consignas. Con patrones burgueses y empleados de cuello blanco era más sencillo, sólo debian mostrar sus miedos. La actuación más ardua era la de los “milicos” -fuerzas represivas-, que dado el carácter metafórico del discurso de la obra, representaban –según fuese la época evocada en la escena-, bestiales mercenarios de Pedro Valdivia -el conquistador español- torturando y descuartizando indios, o disciplinadas escuadras armadas disparando sobre la masa enardecida.
Faltaban pocas semanas para el I Congreso del Partido -el de Cuba- y yo residía entonces en un habitación del Albergue del ICAIC -esquina 26 y 25 en el Vedado-, para técnicos sin vivienda en La Habana. Me autorizaron habitar allí porque mi vida de pareja hizo crisis en el último semestre universitario y la madre de mi hija no tenía a donde ir. Por ello renuncié al apretado espacio del cuarto donde vivíamos. Y allí quedó ella -Haydee-, con mi madre -Aida- y mi hija -Lida-, a la espera de que yo pudiera encontrar solución a nuestros problemas de vivienda.
En la foto -mutilada por alguien bajo el impulso de una pasión ya olvidada-, estoy junto a María -se hizo médico en Cuba y quedó residiendo allí-. A mi derecha estaba Ana Luisa y otros chilenos. Ella escogió otro camino. Murió en Villa Alemana -Valparaiso-, el 28 abril de 1986, junto a Juan de Dios, a causa de una explosión. Ambos eran comandos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile, MIR.
LB
3 comentarios:
Lázaro,
Tenía un amigo de nombre Humberto Hernández. Vivíamos en Luyanó y trabajábamos en Sabatés. El trabajó después en una agencia de publicidad, con Paco Alvarez y Manolo Samperio (fallecido en Miami.)
Pienso que sea el Productor Ejecutivo que mencionas en este capítulo.
Humberto tenía un gran sentido del humor y es una persona muy buena.
Espero que él lea este comentario.
Gonzalo
Para Gonzalo:
Pues si, es el mismo. ¿Y tú, dónde estás y qué haces ahora? Mi correo es lazaroburia@gmail.com
Me gustaría saber qué opinas de éstas breves crónicas y sobre las tuyas que, aunque no sé si las escribes. las tienes en tu memoria y serán interesantes ...
Un saludo,
Buría.
Hola! Tu debes recordar las fechas de cuando se filmó "Cantata de Chile". Alcanzas a decir que fue antes del I Congreso... fue en Noviembre del 75 entonces?
Yo fui niño extra en esas filmaciones, pero no sé con claridad cuando se filmó.
Saludos
Pedro
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