jueves, 20 de diciembre de 2007

La estructura ausente

Para ser exacto, mi primer contacto con el "núcleo duro" del cine ocurrió en la pre-filmación de un filme alemán que necesitaba rodar parte de sus escenas en Cuba, aprovechando la semejanza de sus paisajes con otra isla del Caribe: Jamaica. Das Licht auf dem Galgen (Una luz sobre la horca) la dirigía Helmut Nitzschke, a quien me presentaron pocas horas después de que fuesen a buscarme a una de mis últimas clases -era de filosofía- en la Escuela de Letras. Debía sumarme al grupo de dirección del filme que estaba ya en Trinidad – la ciudad colonial mejor conservada del país- buscando localizaciones.

Tras 5 horas de viaje en Volga, me senté a la mesa donde cineastas de la RDA compartía cena con colegas cubanos en el hotel Las Cuevas. Mi régimen de comidas habían sido tan severo e inestable en los últimos 5 años (por la paulatina degradación de la oferta gastronómica en mis entornos habaneros y la manera en que yo vivía para alcanzar mis objetivos), que cuando vi a los comensales europeos declinar el bisteck de jamón que ofrecía el menú, pregunté si podía comerlos yo. Sumé 4, más la mitad que dejó Humberto Hernández. Arroz, yuca, ensalada, panes y refrescos. Un banquete pantagruélico. A todos causó gracía mi avidés alimentaría, gracias a la cual estuve despierto hasta las 4 de la madrugada leyendo el guión de 400 páginas -explicaba el filme con precisión germánica-, inspirado en una novela de Anna Seghers escrita 15 años antes. Contaba una rebelión de esclavos en el Caribe ocurrida al calor de ideas y conspiradores de la Revolución Francesa y Haitiana del siglo XVIII.Y al día siguiente -elegíamos lugares para filmar-, comencé a vomitar, vomitar, vomitar y comenzó el cólico nefrítico. En el policlínico me inyectaron Abafortán en vena y el insoportable dolor cesó de inmediato. El médico me explicó: "...tuviste un choque proteico y arrojaste lo que el estómago no pudo asimilar, pero la gran cantidad de residuos que quedó en la tripa derivó a obstrucción del ureter ..., come menos ..." Dormí 24 horas.

Encontrar blancos -altos y rubios- para representar soldados ingleses, era casi imposible en la zona donde estaban los paisajes elegidos por el director. Los localicé en una escuela de deportes cercana: un equipo nacional de remos. Les convencí para cooperar y les disfracé con levita, pantalón ajustado y sombrero napoleónico para la escena del fuego de cañones contra los sublevados. Coordiné con el pirotécnico -Rafael- para prevenir accidentes y dijó que la artillería -de utilería- estaba cargada con la mezcla adecuada de pólvora y sustancias para producir mucho humo sin peligro. La cámara estaba a 200 metros tomando plano general del montecito donde estábamos. Por el "wokitoki" -radiofrecuencias- me ordenaron comenzar los disparos. "...uno... dos... tres ..." fuí gritando a los “remeros” hasta completar la andanada. Terminó la acción y escuché por el aparato: "...sehr gut ... muy bien..." Desde el primer cañonazo se hizo tal nube que no distinguí qué sucedió, realmente, a continuación. La niebla comenzó a disiparse y descubrí el desastre: las piezas de artillería habían reventado y una docena de deportistas estaban heridos y magullados. No hubo muertos, pero el team de deportistas tuvo que posponer su participación en algunas competencias, incluso internacionales.

El accidente ocurrió en la primavera del 1976, filmando -tras meses de preparación- las escenas de la obra de Nitzschke. En ella, asumí con mucha pasión mi responsabilidad de asistente de dirección por la parte cubana, no sólo por mi vocación de cineasta sino también porque a finales de 1975 -coincidiendo con el I Congreso del Partido, título que recibió la promoción de graduados universitarios a que pertenezco-, comenzó la ayuda de combatientes internacionalista cubanos al pueblo de Angola y escuché por primera vez la idea "... somos latinoafricanos ..."

No sé si quienes se sintieron aludidos entonces por lo que Fidel Castro aseguró identificar como parte de los genes de su Nación, retendrán en sus respectivas memorias emotivas el impacto que les causó. 100,000 -dicen datos históricos- se apuntaron al "ejército potencial dispuesto a acudir al llamado". Yo entre ellos. Y la frustración que sentí al no ser elegido entre los que partirían de inmediato a pagar su "deuda histórica con África", la compensé con mi trabajo en esta película, donde también recluté para sus propósitos la masa de negros y mulatos insurrectos. A ello me ayudó Marquetti -un trinitario pariente de un notable pelotero de entonces, al que pueden ver en la foto -dando palmadas a mi derecha- mientras le muestro al grupo que yo también sé bailar “palo” -nombre que denomina el estilo de moverse en la danza y la regla de creencias de los esclavos procedentes del actual Congo-.

Aunque compartí cultura y sentimiento con esclavos -tanto congos como lucumíes-, la imagen de mi que guarda la película es de burgués -como se puede apreciar en la segunda foto-. Esta “paradoja simbólica” me recuerda -no sé porqué- un libro del cual José Antonio González -Rolando Díaz y yo ayudamos en el lanzamiento de su programa de televisión Historia del Cine en 1973-, gustaba de extraer conceptos y términos que citaba con frecuencia: La Estructura Ausente -de Humberto Eco-.

LB

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