domingo, 6 de enero de 2008

Año de la Institucionalización

No recuerdo cómo fue mi vida en 1977. Quiero decir, exactamente y en el orden en ocurrieron las cosas. Mi memoria retiene nombres y mezcla sucesos personales con históricos (en los cuales sólo fui "extra" -así llamaban a quienes se inscribía en el ICAIC para participar en películas como fondos de los protagonistas y/o en escenas de masas-). Yo era parte del grupo de asistentes de dirección (entre los que estaban Daniel Díaz, Fernando Pérez, Orlando Rojas, Rigoberto López, Constante Diego, Marisol Trujillo y otras -las mujeres recién se incorporaban a este oficio de la industria, aunque ya destacaban en edición), a los que se nos consideraba cantera de documentalistas -etapa ineludible para acceder a "la ficción" y a "director de largo metraje", que era lo que todos queríamos ser-.

Nunca hablábamos de ese fin, ni de porqué queríamos llegar a él. El deseo de fama y la vanidad personal era parte de lo que rechazaba la concepción dominante sobre cómo debíamos ser escritores, artistas y todos los que disfrutábamos de la "nueva sociedad" que se construía. Nos suponíamos vocación de artistas que deseaban hacer arte, reflejar la realidad y acrecentar la información y cultura del pueblo sin aburrirlo. Conversábamos sobre ideas y argumentos, o evaluábamos una u otra obra opinando como lograba aquellos propósitos o no, destacando talento de un realizador, maestría de un estilo fotográfico, excelencia de una banda de sonido, o la singular forma de un montaje. Y terminábamos aludiendo a los recursos materiales y la novedosa tecnología con que se produjo el filme. Generalmente se trataba de obras de las cinematografías occidentales dominantes del mercado: norteamericanas; después, ingleses, franceses e italos. Alguna nórdica. Y a estas se agregaban, la japonesa, o el magnífico surtido del Campo Socialista -gracias a una selección de sus mejores obras "realistas"-. Estaban, además, excepciones de China y La India. América Latina y África, también aparecían en las pantallas y en nuestros debates, pese a lo escaso de su producción en este sector de la economía mundial. Discutíamos mucho de estética y se daba valor relativo a un éxito de taquilla como La vida sigue igual -saga española de Julio Iglesias, número uno del ranking de espectadores durante años-, en la que yo veía una cualidad interesante: contaba una historia real y personal.

La producción cubana que absorbió el mayor interés del ICAIC este año, fue La sexta parte del mundo: un megaproyecto documental -quedó en 90 minutos-, en el cual Julio García Espinosa, vicepresidente del organismo, uno de sus fundadores, además de Director de Programación y cineasta con notable filmografía y prestigio como teórico del cine, implicó a buena parte del personal creador. Entre ellos a directores de largo y cortometrajes como Santiago Álvarez, Víctor Casaus, Octavio Cortázar, Jesús Díaz, Jorge Fraga, Sergio Giral, Manuel Octavio Gómez, Tomás Gutiérrez Alea, Manuel Herrera, José Massip, Rogelio París, Manuel Pérez, Fernando Pérez, Enrique Pineda Barnet, Ilderfonso Ramos, Humberto Solás, Juan Carlos Tabío, Miguel Torres y Pastor Vega. Y a fotógrafos como Guillermo Centeno, Livio Delgado, Mario García Joya y Luis García. Santiago Llapur cargó con la producción por la parte cubana. Y "Yoyita" -Gloria Arguelles-, editó los miles de pies de película 35 mm a color. José León -era entonces "albergado" como yo en la casa de 26-, se encargó de mezclas de sonido finales.

El objetivo del "gran fresco" de Espinosa era mostrar la diversidad del País de los Soviets y las culturas de las diversas repúblicas que unía, de las cuales en Cuba se seguía su modelo de gobierno socialista, adaptado al "tronco cubano" -¡por supuesto!-. Fue obra de co-dirección de la cual algunos realizadores lograron independizar pequeños documentales personales de lugares que visitaron mientras filmaban para el colectivo -Nacer en Leningrado de Solás; A orillas del Angará, de Díaz-. Yo lamenté no haber estado entre los que colaboraron con Julio. No sólo porque le admiraba sino por vivir la experiencia cinematográfica y para ver cómo era el mundo allende las aguas que rodean La Isla. Es decir, "viajar al extranjero", lo cual me dejaría conocer aquella tienda de la calle Galeano donde solamente podían comprar -ropa, zapatos, medias, maletas, colonias, etc-, los que salían en "misión cultural".

La frustración la compensé alcanzado un logro mayor: terminar la casa para mi familia con medios y esfuerzo propio. Y, además, seguí mi entrenamiento artístico con las "cuñas informativas del DOR para televisión" -entre las que destacó una síntesis en 20 segundos de más de 100 años de luchas revolucionarias para obtener la independencia y libertad de que disfrutábamos en aquel presente-. También leí mucha literatura africana y estudié la historia y conflictos del continente para un proyecto que interesaba a Jesús Díaz y que finalmente quedó en 2 cortos -Benin: una nación africana y Reportaje en Lagos-. Fernando -era uno de los dirigentes más respetados del sindicato- filmó ese año en Cabinda, la provincia petrolera de Angola. Rojas -joven comunista-, siguió como "asistente" en Rancheador (un "negrometraje" -decíamos con cariño- de Sergio Giral, con quien me gustaba conversar porque le sentía más "objetivo" que otros creadores; también al simpático Luis Felipe Bernaza y al hermético Bernabé Hernández). Rolando había debutado el año anterior con La respuesta del Pueblo y rodó otros 2 cortos este año: En el tiempo preciso y Momentos del Cardín (gustaba de temas juveniles y deportivos -militábamos en el mismo núcleo de la UJC-). Daniel era, casi, documentalista. Había pedido Libertad para Luis Corvalan -un asunto de solidaridad con Chile- y ahora asumía otra responsabilidad política, aunque se trataba de un simple juego de beisbol: Encuentro en Texas. Era -como Santiago, aún sin la obra de este-, "un cuadro ideológico". El viejo genio del Noticiero ICAIC Latinoamericano, "cubrió" el viaje de Fidel, en esta ocación por varios países africanos, de lo que resultó El octubre de todos.

La obra de aquel año que más me gustó, fue Las Parrandas -documental de Constante Diego-. Revelaba un aspecto de "mi país" -una simple fiesta tradicional de provincia registrada de una forma sencilla y natural- que dejaba descubrir cómo "el pueblo" mezcla lo culto y lo popular. Me recordaba -de cierta manera, pero con visión menos idílica-, a Ociel del Toa, de Nicolasito Guillen -hecha 12 años antes-, que recrea la vida de un obrero del comercio de la madera y su relación con un río en la zona oriental del Cuba.

Era un año complicado para entender qué rumbo tomaría la política nacional. Hubo un acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, cuando Carter -el presidente-, autorizó viajar a Cuba a ciudadanos norteamericanos y les permitió gastar $100 dólares durante la estancia. Se firmó un acuerdo entre los dos países sobre límites marítimos y derechos de pesca. Y ambas naciones abrieron Oficina de Intereses en sus respectivos territorios. Esto sucedía a pesar de la presencia cubana en África. Pero a finales del año, el incipiente diálogo se enredó cuando Somalía expulsó a consejeros soviéticos y rompió relaciones con Cuba por la ayuda que esta prestaba a Etiopía -Mengistu Haile Mariam había destronado al viejo monarca Haile Selassie tres años antes y necesitaba respaldo-. A mediados de diciembre las tropas cubanas -dirigidas por el General Ochoa, pero bajo mando soviético- comenzaron a luchar contra los somalíes, armados por la URRS años antes-. Era confrontación entre países con la misma orientación política marxista, según anunciaban sus respectivos líderes. Los norteamericanos dijeron que esa acción de los cubanos podría "impedir el mejoramiento de las relaciones entre EE.UU. y Cuba".

Los creadores conversábamos de todo lo que sucedía en Cuba y el Mundo, pero las discusiones más apasionantes y fuertes se centraban en la futura Ley del Derecho de Autor, que apareció en la Gaceta de Cuba del 28 de diciembre, la No. 49., donde se estipulaban los principios generales para la protección de esos derechos y se mencionaban las diferentes obras susceptibles de incluirse en ellos. Eso significaba -en esencia-, más "retribución salarial" para nosotros. Lo cual era importante para adquirir efectos electrodomésticos que repartía el sindicato, o el carro -Lada- que "tocaba" a los más destacados talentos del arte y la literatura. Yo no pertenecía aún a ese grupo de la vanguardia cultural, pero me interesaba el asunto pues aspiraba a ser incluido en él gracias a mis futuras obras. Lo sé pues aunque no recuerdo exactamente porqué, entre las cosas que escribí aquel año y conservo, hay un relato que me lo confirma. En la foto pueden ver cómo era mi mirada de entonces.

VELOCIDAD

Las 2 de la tarde no es la mejor hora para viajar en guagua. Pero estaba cansado y cuando llegue a la parada frente al cementerio, todos estaban igual. A esta hora viajan las amas de casa, las señoras maduras y los viejos. Por eso me extrañó ver muchacha tan hermosa entre aquel grupo. Era como un destello de color caliente denunciando la pobreza de los grises y ocres de las ropas ancianas o gastadas. Me alegró aquella imagen de azul-acua, trigueño y blusa naranja. Nadie hablaba, solo el sol y las miradas al cementerio.

La mancha amarilla de un Lada cruzó mi vista ante las cruces de los paredones y cuando fui a buscar su huella en el recodo del final de la calle, me di cuenta que se había detenido a unos pasos. La trigueña miró. El Lada retrocedió un metro. Todas las miradas de cansancio brillaron por un momento. Primero sobre el resplandeciente amarillo, después sobre la cabellera trigueña. Ella corrió hasta el vehículo. Las miradas con ella. Breves palabras en la boca de la ventanilla. Susurro en bocas de espectadores. La puerta dejó oír sus dos golpes de abrir u cerrar y se mezcló velozmente con el motor alejándose. Los rostros quedaron pensativos y los comentarios flotando sobre el pavimento. Entonces me di cuenta que el ómnibus había parado frente a mi. Subí. Con el ronco sonido del acelerador se precipitó sorprendida la horda de gentes que aún no habían despertado del letargo amarillo.

En la guagua nadie hablaba. Parecía haber un homenaje de silencio al sendero bordeando el cementerio que recorría el vehículo. Nadie bajó en la siguiente parada. Y cuando ya íbamos a salir a la gran avenida, comenzó un murmullo entre los pasajeros que iban en la popa de la nave. Todos se inclinaban a la derecha para tratar de ver qué sucedía. Parecía ser un choque. Comenzaron entonces las expresiones de asombro, aún no se distinguía qué había pasado. El ómnibus comenzó a moverse lentamente y fueron apareciendo un grupo de curiosos y más allá, por la gran avenida, se veía un enorme camión ladeado y con el parabrisas y el guardafango destrozados. No se veía a la víctima del accidente y solo cuando nuestra guagua dobló comenzamos a distinguir que había ido a parar muy lejos, donde se aglomeraba un segundo grupo de curiosos que no dejaban ver como había quedado lo que recibió el golpe del monstruoso camión. Se hizo un silencio entre los pasajeros. Todas las miradas cansadas brillaron por un momento. Pero no era el mismo brillo de antes. Ahora se insinuaba otro sentimiento que no conozco. Las miradas comenzaron a descubrir el vehículo destrozado. La trigueña que iba sentada a mi lado dijo: "Mira para eso como ha quedado ... imagínate tú." El ómnibus aceleró y el niño que iba delante dijo sorprendido: "¡Mira mami sangre ... allí!”

1977, Año de la Institucionalización.

LB

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

para Lazaro,

hola,como estas?
estoy bien,como siempre y muy contento que puedo leer su historia en mi casa.

Este enero,hace fria en tokio.
y que hace tiempo Espana?