martes, 26 de febrero de 2008

El Noticiero de Espartaco

Fui el domingo a la caoba lo presentaron a concursar, no en alguno de los grandes festivales del mundo -como me hubiera gustado-, sino en uno de temas agrícola. Era el ámbito más lógico para competir que se les ocurrió a los especialistas de Relaciones Internacionales expertos en el juego del mercado cinematográfico. Esto me desconcertó. Era prueba de que no vieron en "el creador tartamudo" -con talento para nutrir el estómago-, la misma importancia -o más- que la de quien -con su arte,literatura, ciencia o filosofía- alimenta el espíritu. Esto me pareció extraño pues estábamos en una "dictadura del proletariado" donde mi propósito de considerar a ambas tipos de creadores en la misma jerarquía debía ser evidente. Y hasta se correspondía con los discursos políticos -al menos en teoría-. Pero me equivoqué. Más impacto y éxito -artístico y divulgativo- tuvo ese año Redonda y viene en caja cuadrada de Rolando Díaz, espléndido "spot publicitario" de 10 minutos sobre el juego de la pelota en Cuba, que nos deslumbró a todos por la precisa y eficaz fotografía de Roberto Díaz y el impresionante montaje de imagen y sonido de Jorge Abello. Este corto, más Madera, de Daniel Díaz Torre, y 4000 niños, de Fernando Pérez, construidos los 3 con estímulos sensoriales y casi sin palabras -entrevista, narrador y carteles dominaban el lenguaje cinematográfico entonces-, dieron aire fresco y novedoso a la producción. Aliento que vino, paradójicamente, del lugar en que menos "arte" se hacía: el Noticiero ICAIC, donde recientemente se habían iniciado los 3 autores para colaborar con Santiago Álvarez. Yo cerré mi ciclo anual con un "encargo": (know) + (how) = (saber) + (como), crónica de 15 minutos para documentar uso y avance de la computación en Cuba, desde los 60 -con las enormes máquinas francesas de la Junta Central de Planificación-, hasta los 70 -con la primera minicomputadora hecha en La Isla, la CID-201, empleada por la industria azucarera-. Y el 3 de diciembre, Alfredo Guevara alcanzó su viejo anhelo, inauguró el I Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana: "... es una realidad. Parecía un sueño y es una realidad...", dijo en su discurso de apertura que, desde entonces y a lo largo de casi 3 décadas siguientes, se convertiría en pieza oratoria oracular sobre el momento de gestación en que se encontraba la Gran Patria Latinoamericana. Emocionaba oírle y verle -con saco oscuro cubriendo hombros y espalda sin enfundar brazos-, respirando el júbilo que trasmitían los 600 cineastas de la América invitada y así se lo hice saber en el breve saludo que cruzamos durante la recepción final en el inmenso salón del Hotel Habana Libre amueblado con largas mesas cubiertas de comidas y bebidas para la ocasión: "El encuentro ha sido un éxito total, debe estar satisfecho, se le nota...", dije sinceramente. Y me respondió, con sonrisa inocente y pudorosa de cardenal: "Sí, Gracias."

Y comenzó 1980 -bautizado Año del II Congreso-, que para mi fue de crisis pues no lograba entender mi profesión en medio de las señales que me proponían los sucesos nacionales y de mi vida en particular.

Tres muertes eran parte de las primeras: Celia Sánchez Manduley -personaje casi mítico que el pueblo asociaba con las fuerzas espirituales que daban sustento a La Revolución-, falleció en enero; Alejo Carpentier -símbolo literario que el país había recuperado y hecho suyo-, hizo lo mismo un día de mayo en París; y un mes después, se quitó a si misma la vida, Haydee Santamaría, heroína de la lucha por la libertad y alma de la Casa de las Américas. Y en medio de estas desapariciones físicas -a partir de abril-, los sucesos de la Embajada del Perú que dieron lugar al éxodo del Mariel -cuando el país renunció a 125,000 ciudadanos por sus deseos de emigrar a Estados Unidos-. Uno de ellos, era hermano mío -de padre- y estuvo preso por contrarrevolucionario durante muchos años hasta el día antes de partir. Pero de él, de mis otros hermanos y de nuestro padre, nada supe hasta 16 años después cuando me propuse buscarles para saber quiénes eran.

Durante esa primera mitad del año, realicé dos documentales: primero, 30 voces y dos manos, a solicitud de la directora del Coro Nacional -Digna Guerra-, que quería divulgar el trabajo de su centro; segundo, Agosto 100,000 de 7 a 7, tema que propuse sustentado en la idea de lo interesante que sería mostrar el comportamiento de las personas en la playa -elemento de identidad geográfica de Cuba y por extensión formador de nuestro modo de ser-. En ambos intenté ceñirme al lenguaje "sensorial" para tratar sus temas, deseando mejorar el estilo de mis compañeros de generación. No lo logré. Podría explicar porqué, pero es innecesario pues sería justificación inútil ante lo que es evidente en la obra terminada. Pero a pesar de mi descontento con ellas, los 2 se dejaban ver sin aburrir y esto confirmaba el nivel profesional que había alcanzado. Además, gracias a lo que sucedió haciéndolas amplié mis conocimientos fotográficos. En el primer caso porque Luis García - encargado de la imagen-, me dejó operar la cámara en ciertos momentos pues no comprendía qué era lo que yo quería registrar de las largas y monótonas sesiones de ensayo del coro. Y en el segundo hice la toma de imágenes totalmente pues cuando llegamos a Santa María del Mar y dije a José López (Lopito) -camarógrafo de larga experiencia en televisión y cine, además de buen pintor-, donde yo quería emplazar la cámara, comentó : "Pero yo tengo un problema en la piel que no puedo coger sol..." Y empecé a reírme hasta que llegó el productor -con la merienda de panes con croqueta y refrescos- y le pregunté: "Qué hacemos?" Y Lopito -sabio-, dijo: "¡Filma tú!, ¿te atreves?" Y aceptado el reto, pasé una semana atrincherado en la arena quemando mi cuerpo para mirar y escoger personajes con un poderoso teleobjetivo de 600 mm mientras "mi equipo" me observaba cómodamente desde la sombra bajo las palmeras. Las manos mágicas de Mirian Talavera -la editora-, resolvieron después mis torpezas de fotógrafo.

Meses antes, el director de la Empresa, Riquenes, me había citado para comunicarme que debía sacar antes de un mes el refrigerador y el televisor que tenía en mi cuarto del albergue de 26 y buscar donde mudarme porque tenían planes a mediano plazo con esa residencia. "Me sobran 29 días." dije. "¿Y dónde vas a ir?", preguntó. "Pues lo pondré todo en la acera frente a la casa hasta que aparezca algo.", "¡No, pero no puedes hacer eso!", "Entonces dime qué hago." Pasó la mano por su cabeza huérfana de su pelo y dijo, comprensivo: "Vamos a esperar..." La situación era para mi incómoda, pues aunque era "joven comunista" y "dirigente del sindicato" (más méritos de trabajo voluntario y disposición a participar en todo lo bueno por hacer que se presentara menos en "mítines de repudio" y acciones contra un enemigo "imaginario" que yo no veía-, no había en mi horizonte la más mínima posibilidad de que me asignaran una vivienda, fuese de microbrigada o de locales que el gobierno acondicionaba para serla. Esta incertidumbre y mi falta de éxito, hizo que fuera a ver a Santiago Álvarez y le pidiera incorporarme a su equipo de realizadores. Aceptó.

Así entré a ser parte de la familia del "genio de la propaganda y publicidad revolucionaria". Y mi primer noticieros fue sobre Arnaldo Tamayo, que el 18 septiembre de este año 1980 participó en la expedición espacial de la cosmonave soviética Soyuz-38 como primer cosmonauta latinoamericano. Una semana antes, fuimos a su provincia natal, Guantánamo, a recoger imágenes de su origen humilde y familia -la información sobre quién sería el afortunado entre los candidatos y la fecha del vuelo, era restringida -casi un misterio-. Y cuando caminábamos por el barrio del elegido sin saber exactamente dónde vivía su familia, pregunté a una anciana que caminaba por la polvorienta calle con su jaba: "Por favor, por casualidad usted sabe dónde vive la familia Tamayo" Y sin pensarlo, respondió: "¡Sí, seguro que estás buscando la casa del cosmonauta, sí mira, es por allí", y alargó uno de sus brazos huesudos y llenos de arrugas para indicarme el recodo del camino donde se veían casitas de paredes de tabla y tejas oscurecidas por la humedad.

Hacer noticieros era excitante. No había tiempo para regodearse o envanecerse con el producto -una semana para hacer 10 minutos en blanco y negro-, del cual se hacían unas 60 copias en el Laboratorio de Tuto. La edición permanecía una semana en los cines de estreno y después pasaba a circuitos de distribución secundarios, terciarios, etc., recorriendo las más de 400 salas que había en La Isla hasta cumplir el ciclo de 3 meses "vivo". Esto condicionaba el "tratamiento de la noticia" para hacerla singular y diferente a las de la prensa, la televisión o la radio. Las "actualidades" debían tener un cierto valor de permanencia en el tiempo. Dicho de forma más transparente, lo que publicaba este "periódico audiovisual" eran ideas y argumentos, sustentados en hechos inmediatos de la realidad. Y como podía ensayarse cualquier "forma" para hacerlo (con una regla del juego única: "dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada."), el tercer piso de Santiago Álvarez era escuela excepcional para aprender a hacer cine y saber cómo lo usa el poder.



De las más de 100 ediciones que realicé durante 10 años, apenas una docena tienen valor "artístico" -todas testimonial-, en el sentido de originalidad de su lenguaje audiovisual y/o estructura argumental-. Dos de ellos, los hice este año. Uno fue la edición 1002 -la última de 1980-, donde por vez primera se se vio un "resumen del año" -decían era imposible en tiempo tan breve-. Otra, la 994 -finales de octubre-, que pasó a ser conocida como "el noticiero de Espartaco", aunque incluía otras "actualidades": la lucha del Frente Farabundo Martí de El Salvador; planteamientos de los sindicatos bananeros nicaragüenses ante el Concejo de Estado por las condiciones infrahumanas de trabajo heredadas de la etapa somocista; un desfile de modas de nuevos diseños de ropa para trabajadores agrícolas cubanos; la celebración del XVI Congreso de los trabajadores azucareros de Cuba; y el VII Festival Internacional de Ballet celebrado en La Habana, donde los bailarines del Bolshoi de Moscú presentaron su coreografía sobre el tema Espartaco. De los 5 asuntos, 2 nacieron de "imágenes de archivo" y "newreel" que recibíamos de una agencias extranjeras -en película de 16 mm que era ampliada a 35 mm-. Y 3, de filmaciones de camarógrafos del noticiero (todos, generalmente, trabajaban para la edición de turno, aunque sólo en alguno "especial" aparecía crédito de ellos, sonidistas, editores y/o "luminitos" -como decían a los ayudantes de luces-, y del jefe o jefa de producción y chóferes).

¿Qué hizo "notable" a Espartaco? Al esclavo tracio que nació en el 113 AC - convertido después en mito-, fue dirigir la más famosa rebelión contra la Antigua república romana en Italia (conocida como III Guerra Servil, Guerra de los Esclavos o Guerra de los Gladiadores), entre los años 73 AC y 71 AC -murió en Lucania este último año-. Y cuando hacíamos el montaje -momento creativo por excelencia-, dije a Julia Yip -ya habíamos acaba de editar cada "noticia" por separado para después sumarlas una tras otra, como se hacía tradicionalmente-: "...ahora pon el momento en que se abren las cortinas en el Congreso y aparecen los dirigentes ..." Y sin hacerlo en la “moviola”, pero dándose cuenta de qué sucedería al colocar esta imagen tras el cierre de la cortina del teatro donde se representaba Espartaco, dijo: "...¡tú estás loco, ¿como vas a pasar así del ballet a Fidel?" Y aún sorprendido por su reacción, confirmé: "Hazlo y veremos ...a mi me parece excelente, hace evidencia algo que está ante nuestros ojos y no vemos, todos somos actores que actuamos, aunque sean diferentes los escenarios, al final la vida es eso un abrir y cerrarse cortinas de teatro..." Y aclarada esa idea-argumento esencial, reordenamos el noticiero mezclando los diferentes asuntos mediante las formas de analogía que nos proporcionaban las imágenes. Era sencillo, como fue posible que no me hubiera dado cuenta antes. A partir de este, todos los noticieros que hice llevaron mi "marca de fábrica". Y los espectadores en el cine decían: "Este es de Buría."

LB
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domingo, 17 de febrero de 2008

El creador tartamudo


Después de 3 semanas de invierno alemán, recuperar el eterno verano caribeño cargado de maletas hinchadas de regalos para la familia, fue lo mejor del viaje. Contar la experiencia y anécdotas mientras repartía paqueticos -prueba irrefutable de que "me acordé" de ellos-, me fatigó tanto como 12 horas de vuelo estampado en un asiento de clase turista para cruzas el Atlántico. Viajar al extranjero me convirtió -así lo sentí- en alguien que "conoce el mundo", aunque fuese sólo ilusión que deseaba volver a repetir. Y cuando esto ocurre, la pregunta que te persigue desde ese momento es "¿Cuándo volveré a salir?".

Para lograrlo tenía un camino solamente: hacer mi trabajo suficientemente notable para volver a ser candidato a participar en algún festival. Pero hacerse famoso -los que se dedican al arte y la literatura lo saben- es complicado. Sobre todo cuando se descubre que la fama depende no sólo del talento personal sino de muchas variables y coyunturas políticas, económicas, sexuales y hasta azarosas. Esta cuestión me atrajo desde la adolescencia cuando pintaba y hacía esculturas en el Taller Libre de Artes plásticas del parque de Santos Suárez. Por entonces -a los 17 años-, viví mi primer desconcierto artístico. En el Festival Provincial de Aficionados, me otorgaron premio por una serie de 5 cuadros que hice en 20 minutos, inspirándome en el método "fauve" -del francés, que se pronuncia "fov": fiera-. Y Noel, mi mejor amigo - a pesar de dedicar 5 meses a uno suyo que yo consideraba obra maestra-, quedó con las manos vacías . Pero no fue todo. Mi "rodiniano" busto de un metro de altura inspirado en Nguyen Van Troi -mártir vietnamita-, fue ignorado por el jurado que otorgó el mayor reconocimiento a un torito de terracota de apenas 30 centímetros. Bonito para adorno de comedor, pero incapaz de competir con mi espléndida pieza como motivo central de una plaza en aquel 1964, "Año de la Economía". Estos contrastes entre éxito y fracaso fueron parte de los argumentos que me di a mi mismo para abandonar la producción de imágenes estáticas y probar suerte en el cine.

Quizá por aquello, ahora -1979 Año XX de la Victoria-, propuse la idea de realizar un documental sobre una máquina de recoger malanga y su creador: Fui el domingo a la caoba. Fue aceptada, lo cual significaba avanzar en mi carrera pues no era trabajo "de encargo" sino nacido "de inspiración propia". ¿Y qué o quién me inspiró en este caso? Hermógenes, tío de mi compañera que vino a La Habana desde su pueblo natal, Las Tunas para ver a una parte de su familia asentada en la capital a partir de 1959. El me contó la saga de Maitín -su amigo innovador-. Hizo el cuento con tanto detalle y diversión que inmediatamente supe que el relato era guión perfecto, como el de las historias que narran la gente de campo en Cuba. Y semanas después, visto y conocido al personaje durante un viaje a Oriente, me dije: "Es ideal para explicar la lucha de un creador imperfecto -era tartamudo-, en un medio adverso -la provincia más atrasada de La Isla-." Maitín -siempre despertaba con los primeros rayos del sol-, vivía obsesionado por mejorar la vida de sus compatriotas con máquinas agrícolas como las que había visto en los países socialistas que visitó. Y había logrado trasmitir su proyecto a viejos compañeros de taller para que le ayudaran a materializar la "visión" que tuvo un domingo mientras descansaba al pie de una caoba. Pero carecía de preparación y habilidad para explicar a los jóvenes -que dominaban las herramientas más complejas-, sus ideas mediante dibujos técnicos y planos. Y lo hizo trazando esquemas en el suelo con un palo mientras repetía: "Yo sé, lo ten ...ten...tengo todo en la ca ...ca beeezaa".
De los conflictos asociados a la creación de la "recogedora de malanga", el principal era la confrontación entre los que creen algo posible y quienes lo ponen en duda. Los jóvenes, con más nivel cultural y educación técnica, reían y tildaban de loco al viejo agricultor que hablaba con palabras incompletas y que debía esforzarse para pronunciarlas enteras. Pero no eran capaces de ver lo que los ojos de Maitín percibían fácilmente. Por ejemplo, preguntaban dónde obtener recursos y piezas para montar la ingeniosa máquina. Y él decía que se podían encontrar entre los medios y materias primas almacenados ociosamente en los cementerios de desperdicios estatales. En conclusión, con su capacidad de encontrar soluciones y entusiasmar a sus compañeros, el creador venció el pesimismo racional de quienes le rodeaban y lograron "armar la máquina" que, pintada de amarillo inteligente, deslumbraba como si fuese artefacto caído del cielo. La imagen parecía de futuro en aquel pequeño pueblo asediado por el subdesarrollo donde la familia se reunía de noche en la sala para ver televisión.


El paso siguiente era comprobar si servía y en las pruebas teóricas -en el taller, vertiendo sacos de malanga sobre la cinta transportadora-, funcionó. Pero cuando la llevaron a los malangales y las cuchillas comenzaron a recorrer el suelo penetrándolo para cortar raíces y las esteras a recibir tubérculos impregnados de tierra, que se desprendía mientras eran conducidos -vibrando- al conducto donde les esperaba el saco para contenerlos, el artefacto se trabó. Y por más que lo intentaron una y otra vez, no funcionaba como se esperaba. La razón era sencilla y casi evidente, aunque no la tuvieron en cuenta ni los jóvenes técnicos, ni los experimentados viejos, ni los maduros administradores de empresas que apoyaron el proyecto: usar tecnologías modernas en la producción agrícola, requiere primero preparar las tierras para emplearlas. O sea, limpiarlas de piedras y obstáculos que entorpezcan la forma en que ellas deben hacer el trabajo. Pero aún después de aclararse esto, Maitín insistía en el valor de su obra y repetía una y otra vez:"¡Pero sacó malanga!"

El final de la historia sorprende. Hubo que castrar parte del sueño -el transportador que las llevaba al saco-, y las malangas continuaron siendo recogidas por una procesión de obreros que seguía a la cosechadora, aunque ella les ahorraba el trabajo de extraerlas. Por esto, la información de que la máquina era capaz de producir 2000 quintales en 8 horas y ahorrar labor de 300 trabajadores, publicada en el periódico local antes de terminarla, no se ajustaba a lo que sucedió tras probarla. Y al carecer la noticia de seguimiento, tampoco se informó que tecnólogos de otras provincias -del centro de La Isla- acudieron a Tunas interesándose por el invento para usarla en extraer otro tubérculo. Lo cual hicieron. ¡Y sacó boniatos!.

Adriano Moreno -el camarógrafo- hizo fotografía excelente e interpretó cabalmente el estilo realista duró -y simultáneamente poético y sensual- que yo deseaba dar a la obra. Hubo sólo un día en que se reveló "la frontera" que diferenciaba nuestras respectivas miradas. Fue mientras hacíamos imágenes para mostrar "momentos tangibles" del proceso de creación. Maitín probaba el funcionamiento de un dispositivo hidráulico y le dije que metiera y sacara el émbolo mientras hacia oscilar el cardán conectado al tubo. Y pedí a "Nano"que tomara la escena desde el ángulo de la cintura del inventor. Hicimos un ensayo y Adriano saltó: "¡pero esto es casi pornográfico!, parece que está..." Y respondí: "Sí, que está disfrutando del placer que produce crear algo salido de su imaginación...la sexualidad es eso y quiero que el espectador se de cuenta cómo él se sentía cuando hizo la máquina..." Y filmó.



El sonidista -Marcos Madrigal- entendía mejor estos aspectos lúdicos y raros de lo que yo quería lograr. También la fría y distante, pero precisa y exacta editora -Gladys Cambre, que no se asustaba ante nada y sólo se molestaba ante las chapucerías. La producción nos la facilitó, aún cuando era su primera experiencia solo, José Ramón Pérez, que por entonces -como yo-, trataba de abrirse paso entre profesionales del oficio con más experiencia en las espaldas. Pero lo mejor del team -en mi opinión-, fue una muchacha de mi grupo de estudios en la Universidad ubicada en el ICAIC para cumplir el servicio social, que actuó como mi asistente, aunque entonces les llamaban "analistas": Tania Carvajal. Cada vez que abría la boca era para decir algo imposible de rebatir.


La suerte de Fui el domingo a la caoba en la ronda crítica del 5to. piso fue aceptable. Los créditos, construidos con primerísimos planos del linotipo montando letras para formar palabras que seguían el ritmo incansable de un sinfín, fue calificado de "original". Yo expliqué porqué me interesó el tema, aunque no mencioné que me gustaba mucho el puré de malanga, comida de la que disfrutaba con frecuencia en mi infancia y que en ese momento comenzaba a escasear. También me referí al interés con que los espectadores reciben historias reales concretas de individuos con conflictos y limitaciones personales y sociales para resolverlos, siempre que sean contadas sin aburrir y el final sea sorpresivo -como en las buenas películas de ficción-.

El documental fue estrenado ese mismo año. Recibí mi mayor recompensa por él una tarde de sábado, en que acudí con mi hija de 10 años a verlo en el cine Santa Catalina. Lo exhibían en compañía de un filme francés sobre complejos y problemas psicológicos de una emigrante negra en Francia, que no atrajo público alguno y nos dejó casi en intimidad total con la enorme sala. Cuando salimos, pregunté a Lida que le había parecido mi obra. Y respondió: "...ideas oscuras y bien meditadas...eso es lo que me viene a la cabeza ...es del libro que estoy leyendo, La cabaña del tío Tom." Nunca he estado seguro si lo dijo por la historia de la emigrante o la del creador. Ni sé que quiso decirme con ello.

La secuencia final de Fui el domingo a la caoba la filmamos durante un acto de masas en Las Tunas, al que Maitín asistía como invitado especial y estaba sentado en la tribuna -no por ser militante del Partido Comunista de Cuba, que lo era, sino por sus méritos como trabajador-. Desde allí -con su tabaco- miraba a miles de sus coterráneos portando pancartas y telas con consignas, de las cuales elegí la que decía:"Nuestro compromiso con Fidel, en el 80 todos con el 6to. grado".


LB

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miércoles, 6 de febrero de 2008

Creadores, ritos y viajes.

El Año del XI Festival en Cuba -1978-, fue prodigioso para mi. Además de hacer mi opera prima, mi conocimiento de cómo funcionaba el mundo creció notablemente, lo cual significaba mayor preparación para enfrentar las crisis espirituales. Y en cuanto a las materiales, recibí recompensas que me permitieron enfriarlas. Les cuento cómo y porqué.

Formar parte del grupo de creadores del ICAIC de entonces, me incluía entre los citados a "reunión con Alfredo en el 9no. Piso", donde estaba la apacible e iluminada biblioteca que cuidaba Ferrer -único y celoso guardián de una espléndida colección de textos sapienciales sobre arte y literatura-. El largo salón de paredes blancas, con ventanales desde donde se veía gran parte del Vedado y el mar, se cubría de sillas cuidadosamente alineadas con perfección de centuria romana frente a la mesa desde donde el orador nos regalaría su suave y profundo discurso. De las ocasiones en que asistí a estos encuentros para informarnos y ser orientados sobre asuntos "delicados" -entre ellos "tensiones" entre el ICAIC y el Ministerio de Cultura por diferendos de "competencias y atribuciones organizativas en el sector"-, recuerdo una en la que Guevara planteó como preocupación los cambios que estaban ocurriendo en el mercado de la cinematografía mundial por el desarrollo de nuevas tecnologías para efectos especiales. No puedo citar con exactitud lo que dijo al respecto, pero si mi "pequeño desconcierto" ante el tema. "¿Qué importancia o peligro podía implicar esto para nosotros, estupendos y lúcidos creadores?", pensé y no supe la respuesta hasta muchos años después. Pucheux -gurú del tema-, estaba junto a Alfredo y aportó algunos comentarios. Supongo que algo dijo sobre La Guerra de las Galaxia de George Lucas, que se había estrenado mundialmente hacia apenas un año. En fin, que el asunto me pareció más de agenda de intereses del Vaticano -trataba de avances en la creación de entelequias para expresar y gobernar el "mundo virtual"-, que de "cine e ideología", tal y como se producían en Cuba. Pero en todo caso nos enteramos de lo que estaba ocurriendo en nuestro sector "afuera", ese lugar que yo sólo conocía de oídas.

A Fraga también le preocupaban los progresos en otras partes del mundo, sobre todo en dramaturgia y escritura de guiones. Él mismo nos ofreció cursos en que explicaba las diferentes teorías de expertos y maestros de esas especialidades: Lawson, Sydfield, Lajos Egri, que después amplié por mi cuenta con Cucca, Swain, propuestas de Doc Comparato y modelos "actanciales", mezclando todo con la hermenéutica y las Leyes del Kibalión para explicarme la "dialéctica entre lo viejo y lo nuevo". ¡Tonterías!, tonterías con las que disfrutaban y se reían mis colegas en las sesiones de análisis y critica de los viernes en la salita del 5to. piso. De estas, recuerdo una en la que sólo dije: "Bueno, es mejor irse a casa porqué esto no se puede discutir." Jorge había seleccionado una vieja película de Bergman -1969-, que el director sueco realizó en 2 semanas aprovechando la paralización del rodaje de otra por mal tiempo para filmar en exteriores. El Rito cuenta el proceso penal que se sigue a tres actores a los que se les acusa por representar un espectáculo supuestamente indecente. La rebelión de ellos contra la autoridad se manifiesta al final, cuando los comediantes son obligados a interpretan la obra censurada ante el juez que -a solas con ellos y mientras observa el ritual sado-maso, con máscaras, bofetadas, símbolos fálicos…-, es incapaz de soportarlo y se desmaya por las convulsiones que le provoca contemplar la obra. Visto el filme hoy día, también provocaría estertores, pero de risa. Sin embargo aún escucho en mi memoria el silencio que se hizo entre mis compañeros creadores cuando, tras el "koniec" final, las luces iluminaron sus rostros que evitaban cruzar miradas mientras la mía reía recorriéndoles. La enorme verga inhiesta que la protagonista se ciñe como prótesis en la pelvis para iniciar su "menage a troi" con dos machos en la escena donde el censor pierde la consciencia, era "puesta en escena" demasiado complicada para aventurarme a explicar como yo creía que Bergmam uso la "metonimia y la metáfora" en este ejemplo de "nuevas tendencias realistas del cine". Ese día sentí por primera vez que el de la crisis no era yo. Y que el conocimiento y la intuición me amparaban, como al cieguito Zato Ichi -samurai errante sin amo-, del cual no dejaba de ver entonces ninguna de sus película cuando las estrenaban en los cines.

En la misma "salita de previstas", vimos aquel año La casa de Mario de Daniel Díaz Torres (entrevista a un campesino que colaboró con el Ejercito Rebelde desde los días de su nacimiento en la Sierra Maestra); Día tras día de Orlando Rojas (sobre el trabajo de los jóvenes en la reconstrucción del ferrocarril -uno de los Diez Mejores Cortometrajes del Año seleccionados por la critica); y el debut de Marisol Trujillo como realizadora con Lactancia y El sitio en que tan bien se está (la importancia de dar el pecho a los niños y una parábola poética sobre la importancia del entorno donde se habita tomando como referencia la bella Habana). El largometraje más esperado de año fue Los Sobrevivientes de Tomás Gutiérrez Alea (historia tragicómica de una familia burguesa que se atrinchera en su mansión para ignorar los cambios del país pues creen que pronto su vida volvería a ser como antes de La Revolución).

Y así fue pasando el año en que, tras mucha discusión sobre méritos de dos finalistas que quedamos entre los numerosos que solicitaban. me otorgaron un refrigerador por la sección sindical. Lo instalé en mi habitación del albergue de 26, frente a la pared donde estaba la estantería de mi biblioteca, construida con cajas de cartón de 25x25x1 cm para cintas magnéticas Agfa de 1/4, que rescaté de los desperdicios del Archivo de Bandas Sonoras. La colección completa de la revista Cine Cubano (el almacén donde guardaban los números más antiguos -muchos encuadernados en sólidos volúmenes-, estaba en el albergue), y otros mil libros que había acumulado hasta entonces - más la cama y una escuálida mesa con una silla-, completaban la decoración monástica de mi aposento. Un día, Saúl Yelín -director de Relaciones Internacionales-, fue a buscar a Isaac Ramírez -joven funcionario que trabajaba bajo sus órdenes y era mi compañero del cuarto aledaño-, entró, vio mi celda y exclamó: "Vaya, que organizadito tienes esto." Me sentí halagado. Él tenía el don de hacerte feliz cuando conversabas con él en alguna de las muchas lengua en que era capaz de hablar y entender.

Isaac fue parte de la delegación del ICAIC que asistió aquel año al Festival de Cine Documental de Leipzip. Y yo supe que iría antes que me lo comunicaran oficialmente porque él me lo anunció. En en su área de trabajo era donde se decidía quienes "viajarían" entre los propuestos. Elegido para tan grande estímulo, logré conocer, finalmente, aquella tienda de Gaelano donde compraban los que visitaban el extranjero como misioneros de Cuba y su Revolución. ¿Qué puedo decirles de esta experiencia conque cerraba mi año de buena fortuna? Fue como confirmar que "existe algo que no vemos, pero que nos gobierna". Contemplar desde “allá arriba” el mundo "allá abajo", donde viven seres que no distingo desde aquí - mi trono encima de las nubes-, sacudió mi espíritu. Pero también lo hizo el Berlín Oriental de aquellos años, que con sus calles, transportes, comercios, vestir y andar de las personas y comidas -a pesar de todo lo que se decía sobre su pobreza en comparación con “el otro lado”-, hacía que me preguntara ¿cuál era la diferencia entre esa manera de vivir y el capitalismo tal y como yo me lo imaginaba a partir de la información y los conceptos que sobre él se amplificaban en La Isla?

Nuestra delegación era amplia. Por el ICAIC (los directores Octavio Cortázar, Luis Felipe Bernaza, Oscar Valdés, Francisco Puñal -asistente de noticieros-, el fotógrafo Raúl Pérez Ureta, Cordero -técnico de cámara- Paco Prat -productor de dibujos animados-, Julio Eloy -un diseñador de carteles-, la esposa de Tuto -su auxiliar en el laboratorio donde el mago del blanco y negro hacía las 60 copias del noticiero que recorrían las 500 pantallas de La Isla), y Lolo -un auxiliar de escenografía que había hecho de su forma de trabajar algo sin lo cual no se podía hacer el cine de ficción, lo resolvía todo-; él y la singular y querida profesora de literatura de la Facultad de Artes y Letras Rosario Novoa, eran los dos seres más humanamente hermosos de nuestro grupo.


Por la Fílmica del Minfar (la joven realizadora Belkis Vega -acababa de hacer el documental Seremos como el Che-, el fotógrafo Ángel Alderete y Francisco Pérez -que tras intentar abrirse paso en el ICAIC fue llamado al Servicio Militar Obligatorio y pasó "a trabajar con los guardias" como me dijo 5 años antes cuando dejó el Archivo de Sonido que yo dirigía).

Entre las obras que Cuba presentó en el certamen, estaba 55 hermanos de Jesús Díaz (reportaje sobre el primr grupo de "cubanos de afuera" que venían a Cuba para "reencontrase con la patria"). Obtuvo una de las Palomas de Plata. Y yo me volvía loco leyendo títulos y sinopsis de más de 250 películas -de casi 50 países- para averiguar que valía la pena ver. Pero siempre me decidía por pasear por la ciudad y respirar el "mundo real", a pesar de no entender nada de lo que hablaban las personas en la calle. Pero aprendía mirando y el día y lugar donde mejor vi como funcionaban las "reglas del juego" de aquella cultura fue el segundo al atardecer, cuando de regreso al hotel y esperando el tranvía, Pérez Ureta lanzó al piso el papel que había envuelto lo que comió. De pronto, se acercó un policía que parecía un escaparate andante. Lo tocó por el hombro y cuando Raúl se viró -apenas le llegaba al pecho al vigilante-, siguió la línea del dedo índice del gigante que señalaba el papel que botó y observó como la falange se movía en dirección a un pequeño latón, cercano, para depositar basura. Sonrió como disculpándose y se agachó para recoger su pecado. El policía, suponiendo aceptada la obediencia, viró la espalda y echó a andar. Raúl, ya con el papel en mano quiso evitarse el viaje hasta el basurero y, con discreción, colocó ambas en la espalda y dejó caer de nuevo el bultico al suelo. ¡Creo que no olvidará nunca este momento entre todos los errores que habrá cometido en su vida! Segundos después -no sé de dónde salió-, la mano enorme del policía estaba aferrada al cuello del abrigo de Raúl y lo sostenía, casi en vilo, llevándolo hasta el cesto para indicarle, con la otra -tenía un palo corto en ella- que lo pusiera allí. Y así lo hizo nuestro compañero de delegación al que aún le quedó coraje y fuerza para volver a sonreír.

Alemania me pareció un lugar muy severo, pero me gustaba porque había orden y una represión aceptable que se percibía en el medio ambiente. Además, comida regular y sabrosa, al menos para mi paladar. El ambiente nocturno del hotel donde nos alojamos -a partir de medianoche cuando terminaban las proyecciones-, era fascinante y erótico. Los delegados se reunían para cantar y contar historias, intentar ligar a la exótica extranjera, llevarse a la cama al alegre latino o al apetitoso africano y en medio de todo ello hacer relaciones públicas y cerrar un trato de colaboración brindando con vino, ron, vodka, cerveza o hasta sake. Así fuimos invitados a participar en un simposio en Berlín sobre asuntos de juventud y relaciones intergeneracionales. Nos interesó solamente a Belkis, Alderete y a mi -el resto del grupo eligió Weimar-. Nuestro pequeño comando berlinés debía escribir una ponencia sobre el tema y nuestra experiencia cubana. Asumí el reto y pasé una noche entera en vela redactándola -me sentía como Carlos Marx creando el Manifiesto Comunista-. Y Engels encarnó en Belkis, con quien la revisé casi al amanecer intentado sostenerme sobre unas piernas que se doblaban, poco antes de entregarla para la traducción, que fue simultánea en la pequeña sala donde ven al delegado mongol de pie terminando la suya y a mi en la esquina de la mesa -frente a ella-, tratando de mantener con la mano mi cabeza sobre los hombros y no desmayarme de sueño con las muchas voces de aquel debate en el que no entendía el porqué le interesaba a los arios enterarse de lo que nosotros pensábamos.



Cuando regresamos a Cuba y revelamos las fotos, en una de ellas que entregué a mi hija, al dorso, escribí lo siguiente:

XI /78
Esto es un parque en Leipzit. Así se llama esta ciudad de la República Democrática Alemana (pues acuérdate que hay dos Alemanias). Esta ciudad es muy antigua, casi del siglo XIII D.N.E. Imagínate que Colón no había llegado a descubrir América todavía. Esa casa grande que ves al fondo, es una iglesia. Se llama Iglesia de Santo Tomás. En ella está enterrado un músico alemán muy famoso. Ese músico fue Juan Sebastian Bach. Compuso piezas musicales que todavía y por mucho tiempo, harán disfrutar a los seres humanos. Ojalá que tú puedas hacer cosas en la vida que puedan dar felicidad a muchos. Eso te hará feliz. A mi también. En eso pensaba cuando tiraron la foto.
Te quiere
Lázaro papá.



LB